¿Quién ha visto a los mercados?

Oh, los mercados. ¿Quién los ha visto alguna vez? Son invisibles. Están en todas partes y están sobre todo dentro de nosootros mismos. Nos han invadido por todos los flancos. Nos han ocupado. Por eso hemos ido perdiendo el sentido del valor inmaterial de las cosas, de las personas, de los acontecimientos. Ese valor que algunos llaman intangible: lo que no se puede tocar. Y lo que no se puede tocar, ni medir, ni pesar no existe. Y así hemos ido perdiendo la estima por todo sector público, por necesario que fuera, mientras nos iba creciendo la ilusión por el crecimiento infinito, esté o no a la altura del hombre. -¿Qué es eso del hombre?, nos hemos dicho muchas veces, como sin pensarlo, como Pilatos dijo, sin pensarlo mucho, automáticamente, ¿ques eso de la verdad?. ¿No es el hombre, no es la verdad lo que dictan los mercados? Si nuestros antepasados, nosotros o nuestros afines pasamos del ultraliberalismo al ultraestatismo o ultracolectivismo, ahora hemos hecho, estamos haciendo, pendularmente, el recorrido a la inversa. Pero, a pese a muchos excesos, abusos, corrupciones o partidismos, los inventos modernos de la seguridad social; la protección inteligente de niños, ancianos, enfermos, pensionistas y desempleados; los incentivos del tejido social y del espacio público… son conquistas capitales de todo Estado de derecho y de todo Estado de bienestar, especialmente en  la Europa cristiana. Mientras los monopolios u oligopolios  de los servicios privados, que avanzan en ciertos países,  nos recuerdan demasiado los tiempos más crudos de los monopolios u oligopolios políticos, de triste recordación.