Perdón y justicia

 
En el aniversario del múltiple crimen de ETA en Hipercor (Barcelona), el presidente autonómico vasco, evitando cualquier autocrítica directa, ha pedido alegremente perdón a las víctimas “por la soledad” sufrida y “por la lejanía” que han sentido “de los poderes públicos“. Es de suponer que se refiere también y sobre todo a sus propios poderes y a los poderes de los suyos: no creo que tenga ni fuerza moral ni autoridad para hablar en nombre de los poderes públicos en general. Andan algunos por ahí, esta temporada,  recomendando a los verdugos que pidan perdón y a las víctimas que perdonen. Vamos a ver. Que el agresor, arrepentido, pida per-dón (doble don) a su víctima para que, en un gesto de misericordia, renuncie a los derechos que le corresponden por la injusticia padecida, es un perdón que intenta unir justicia y misericordia, al menos cuando la ofensa es personal. Si la ofensa es pública y tiene públicas consecuencias, como en el caso del terrorismo, no basta el perdón personal pedido y hasta concedido, y la justicia ha de ser inexorable: castigo ejemplar, indemnizaciones, alejamiento, etc. Pero cuando autores de crímenes, y de crímenes colectivos, organizados y repetidos, ni siquiera piden ni quieren el perdón de sus víctimas, pedir a éstas que perdonen es cooperar a ocultar, cuando no a justificar, el crimen; es predicar, como en los peores tiempos, resignación y hasta conformidad con la injusticia; es sobre todo pedir a las víctimas que renuncien a sus derechos y aun a  su dignidad. Ese perdón sería lisa y llanamente rendición: rendición al mal y a los malvados.