Los perdones de Carlos V

           Hace dos semanas, el P. Tarsicio de Azcona nos sorprendió de nuevo con dos espléndidas páginas en DN, ilustradas con un célebre cuadro de Tiziano y otras bellezas, acerca de los perdones del rey emperador Carlos V.

Cuatro perdones, tras los primeros rigores: en 1521, el 1 de noviembre de 1522, el 15 de diciembre del mismo año, y el 19 de febrero de 1524. El primero, compuesto en Castilla y enviado a Pamplona. El segundo, firmado en Valladolid, concediendo el perdón a ciertos comuneros. El tercero, firmado en el mismo Pamplona y pregonado en la ciudad, en la víspera de la Navidad. Era un perdón general a la gran mayoria de agramonteses rebeldes, despues de tres meses de estancia del emperasdor en la capital navarra. El cuarto era el resultado de una capitulación entre el condestable de Castilla y el mariscal de Navarra, llave de la puerta santa para el gran perdón al mariscal y a todos los agramonteses navarros refugiados en Funterrabía.

Eran cartas o provisiones de perdón; actos de gobierno bien pensados por el rey católico  en respuesta una extensa lista de crímenes y desacatos de sus deservidores. Éstos eran restituidos a su condición social primera, retornaban a la casa paterna, recuperaban la hacienda y los bienes  familiares, amén de la honra y la fama. En adelante no serían molestados por la justicia. El perdón borraba las malas acciones hasta considerarlas no cometidas, porque el rey Carlos, y además emperador, no tiene superior en lo temporal y por eso puede perdonar todo, siempre y para siempre.

Los perdones, fuentes jurídicas y literarias de primer orden en nuestro siglo de oro, fueron propuestas válidas para Castilla y Navarra, para el bien común del reino. Años adelante, en declaración dada y firmada en Madrid, el 6 de mayo de 1535, reconocía el mariscal Pedro de Navarra -hijo del otro mariscal con peor fortuna- que el emperador le había concedido una merced perpetua contante y sonante en Navarra y en Castilla: que con ello me doy por contento, pagado y satisfecho de todo lo que por la capitulación me pertenescía. Y satisfecho sirvió al emperador en varias partes de la Monarquía hispánica.

Oportunísimas me parecen estas reflexiones del máximo historiador que nos queda de este primer tercio del siglo XVI, en vísperas de las conmemoraciones, celebraciones y abominaciones que tenemos por delante. Algunos se hartarán hablando de nuevo de la conquista y de todos sus flancos, menos de este del perdón. Lo han hecho con la familia de Francisco de Javier, con el mariscal don Pedro y con cualquier personaje o suceso de la época. Pero la historia no es selectiva, como la memoria, sino exhaustiva dentro de lo posible. Y, si no es total, no es historia. Será tal vez propaganda, que, por definición, es siempre interesada y parcial.