La “notificatio” al P. Jon Sobrino

Me siento desolado tras leer la carta del jesuita salvadoreño, de origen vasco-español, Jon Sobrino al P.General de la Compañía de Jesús sobre la “notificatio” enviada por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. En ella se le pide nada menos que una “adhesión sin reservas“, como en los peores tiempos. La cosa viene de lejos, porque los dos libros teológicos del profesor de la Universidad Centro Américana (UCA), de San Salvador, punto de mira de las críticas de la Congregación, y otros escritos anteriores, también juzgados sospechosos, llevan varios años de vida y han sido interpretados muy positivasmente por parte de muchos eminentes teólogos, desde nuestro profesor navarro en la Gregoriana, P. Juan Alfaro, ya fallecido, hasta el mejor, quizás, cristólogo de hoy día, el jesuita francés P. Bernard Sesboüé. Estos han salido siempre en defensa de Jon, amigo y compañero de los mártires jesuitas de El Salvador -con el teólogo y filósofo P. Ignacio Ellacuría a la cabeza-, que se salvó de aquel magnicidio múltiple, todavía impune, sólo porque estaba fuera de la residencia, aquella noche trágica. Sobrino lo explica todo a Kolvenbach con sinceridad, transparencia y dolor, pero a la vez con una gran firmeza y fortaleza cristianas. ¿Cómo no recordar lo ocurrido, hace bien poco tiempo, con decenas de teólogos insignes que han sido atormentados con suplicios parecidos, desde De Lubac hasta Rahner, ambos jesuitas? ¿Cómo no rabiar leyendo la dolorida queja de un Congar, en carta a su madre, o la contundente diatriba contra la Curia Romana, escrita por el maestro de moralistas, el ancianno redentorista alemán P. Häring, cuyos libros fueron alimento espiritual de nuestra generación? Algunos de ellos fueron promovidos, años más tarde, nada menos que a … cardenales de la Santa Iglesia Romana, y pasan por ser hoy cimas venerables de la teología católica. ¿Pero dónde estamos? Podemos no tener a Sobrino entre nuestros teólogos preferidos; o disentir de él en afirmaciones, omisiones, actitudes, etc. Yo mismo, pobre de mí, he criticado alguna vez en escritos públicos el poco delicado tratamiento dado por él y por algunos de sus amigos al terrible 11-S en Nueva York, y me ha dolido su olvido de un acontecimoento tan grave como el de ETA y su millar de víctimas, mucho más escandaloso e injustificable en demasiados teólogos y cristianos “progresistas” españoles, ciegos, sordos y mudos ante esa matanza, opresión, injusticia, impostura mayúsculas, que ha sido y es el terrorismo independentista vasco, parcialmente apoyado y justificado por cierta Iglesia política, y.que, por lo visto, no es digno de las proféticas maldiciones que se merecen de continuo las víctimas, ésas sí, del liberalismo y capitalismo inhumano, del voraz imperialismo USA o cualquiera de sus satélites, en cualquier lugar del mundo. Esto me ha escandalizado siempre y sigue escandalizándome. Y lo que digo de ETA puede aplicarse a otras zonas de sufrimiento, silenciadas o demasiado preteridas a menudo por la teología de la liberación. Bien. Incluso en el ámbito doctrinal, es discutible el sentido, marxistoide o no, que se da con frecuencia en esta teología a la expresión “Iglesia de los pobres”, puesta en circulación ya por Juan XXIII y el Concilio Vaticano, y discutible es asimismo el exclusivo o primordial papel que se concede en algunos casos a los “pobres” en la sociedad y en la Iglesia. Pero todo esto es cosa de estudio y debate diarios, de constante reflexión teológica, filosófica, sociológica, histórica… en seminarios, universidades, simposios, congresos. O en foros más reducidos, si se quiere. En el más delicado de los casos, en unos encuentros fraternales, y no unilaterales y secretistas, con mediadores de confianza y probada rectitud. (Con otro tipo de gente y otro tipo de cuestiones así se hace cotidianamente). Pero no por medio de una “notificatio” pública, severa, tajante, conminatoria -ya de suyo un máximo castigo- contra unos teólogos que nunca se han negado, fuera de algún caso que otro, a dialogar, a discutir, a convencer o ser convencidos, a mejorar, a corregir, a rectificar o a ratificar, cuando haya motivo y razón, y que hasta se han callado y humillado, a pesar de tener razón. Y no es que Jon Sobrino no vea en su propia obra los errores de que se le acusa; es que muchos y mejores teólogos que él, y de toda geografía y escuela, reconocidos mundialmente, no los han visto tampoco. ¿O es que en la Curia Romana hay arcángeles teólogos, no conocidos fuera de ella? Desgraciadamente, una triste historia, muy vieja y muy humana, demasiado humana, se repite (no quiero pronunciar ni el sustantivo ni el adjetivo ominosos que me vienen a las mientes). Y de nuevo se da al mundo católico, cristiano, y sobre todo al mundo indiferente, agnóstico o ateo, tantas veces groseramente anticlerical y antieclesial, un pésimo ejemplo, que a muchos les evoca muy negras páginas históricas, hoy execradas por todos los que no sean unos pobres fanáticos. Triste cosa en verdad. Esperemos que la Compañía de Jesús, tan habituada a la persecución, llegada de todos los puntos cardinales, pueda resolver este caso, como resolvió muchos anteriores. Que la benemérita UCA no pierda hombres y profesores puntales y heróicos. Que la teología de la liberación no sea excluida por la violencia de acusaciones y condenas de la rica pluralidad propia de una teología católica (universal) a la altura del siglo XXI. Y sobre todo que el amor de Dios –Deus caritas est– no sea velado todavía más por la falta de prudencia, de justicia, fortaleza y templanza de quienes debieran ser ejemplo de esas mismas virtudes, más necesarias en la Iglesia que en la misma sociedad civil.