En Loarre y Riglos (II)

 

         ¿Qué hace ahí, bajo la puerta principal del castillo, esa torre exenta, de finales del siglo XI? Es la torre albarrana, y, como su nombre lo indica, es la torre de vigilancia, y fue a la vez un día la torre de la iglesia parroquial del poblado, reunido a la sombra de la fortaleza.

Subimos desde el majestuoso portal románico, por la solemne, empinada escalera de piedra, bajo una bóveda de cañón, decorada con ajedrezado jaqués, una de las señas artísticas de este monumental conjunto arquitectónico. La pequeña cripta de Santa Quiteria -la santa quitadora de todos los males- nos sale al paso, justo debajo de la iglesia de San Pedro, una de las maravillas de Loarre: henchida de luz y belleza, bajo una cúpula de 26 metros de altura. Los veinte capiteles del ábside semicircular, con figuras bíblicas, vegetales y fantásticas, nos retiene un buen rato.

Y, ya que estamos en las dependencias monásticas, seguimos hacia los pabellones del viejo manasterio agustiniano, luego residencia de nobles, de los que quedan, como testimonio, los arcos fajones que sostenían los dos pisos superiores. Pasando por la sala de armas, los calabozos (o lo que fuera), la cillería, etc., entramos por la puerta antigua del castillo en el amplio patio de armas, donde destacan: el mirador de la Reina, que da a los montes septentrionales, de encinas y robles; los aljibes; los pabellones militares; los depósitos; las cocinas… Y la pequeña, elemental, capilla de Santa María, cuando no existía aún la de San Pedro, en la que rezamos una salve en latín. Nos subimos, por fin, a la torre de la Reina (doña Munia, doña Mayor), encima de la puerta de entrada, y a la más alta, del Homenaje (22 m.), de cinco plantas, unida en aquellos tiempos al castillo sólo por un puente levadizo. Desde aqui contemplamos la Hoya, cegada de luz, y a nuestros pies, un la muralla exterior del siglo XIII, que rodea por el sur los 10.000 metros cuadrados del conjunto fortalicio, en perímetro de 172 m., con sus paños, sus torreones circulares, y su entrada en recodo.

A punto de dar las tres en el reloj del sol de la Hoya de Huesca, y al aire fresco de la tarde soleada, damos cuenta, sosegadamente, en el jardín del Campin del sotomonte, de una copiosa y apetitosa comida aragonesa, en la que brindamos por nuestro buen rey y señor Sancho III Garcés, llamado el Mayor, rey de la Españas de entonces, desde este rincón estratégico de las Españas de hoy.