En Loarre y Riglos (y III)

 

          Con el mismo billete para entrar al castillo, podemos visitar la iglesia parroquial de San Esteban en Loarre, población trasladada acá en el siglo XVI y hoy villa de Loarre, de 370 habitantes.  Se construyó  el  templo sobre los cimientos de otro, románico, perteneciente al entonces Burgo de San Esteban de la Huerta. De aquel tiempo es la torre campanario, con tambor octogonal, rodeado de pináculos, rematado en una pirámide hexagonal, con bolas en los vértices. Toda una exhibición de rosas rojas y amarillas engalana la pared exterior del atrio.

Por dentro, la iglesia es un edificio del siglo XVIII, de planta de salón y varias capillas laterales. Sin duda la más interesante es la llamada gótica, bajo la torre, con frescos historiados del siglo XVI; una hornacina con las arquetas y relicario de San Demetrio -mártir de Tesalónica, a comienzos del siglo IV- y varias tallas románicas procedentes de la iglesia de San Pedro, del castillo. Otros dos retablos renacentistas son los dedicados a San Pedro y a la Virgen del Rosario, con finas tablas policromadas y ornamentación plateresca. En contraposición con ellas, resalta la capilla grande de San Demetrio, bastante descuidada, con relieves en los muros de la traslación de las reliquias del santo griego y grandes bultos de santos, toscos y desproporcionados, en el retablo barroco del siglo XVIII.

A la vuelta, nos detenemos, cómo no, ante el descarado desafío geológico de los mallos (maleus: martillo) de Riglos, dentro del Monumento Natural de los Mallos de Riglos, Agüero y Peña Rueba. Llegamos hasta cerca de su base y nos tomamos un refresco en la terraza de un bar próximo, sin quitar ojos de esos gigantes  rebotes del viento, la lluvia y la nieve, grises, sienas, color tierra, color carne. Depósitos aluviales, tras formarse la cordillera pirenaica, fueron  elevados hasta esa altura, hoy de 275 metros, por plegamientos de las capas inferiores y posteriormene erosionados. Conglomerados del Mioceno, cantos rodados cementados por grava y arena, hay altos y bajos, y todos tienen su nombre familiar, como si fueran componentes de un coro popular o miembros de un equipo de baloncesto. Los grandes: Fuso (huso), Visera, Cuchillo, Peña de los Buitres… Dos, tres, cuatro buitres revuelan alrededor de los mallos más orientales, pero contamos no menos de 25 nidos (agujeros con deyecciones blancas) en todo el macizo. Dudamos  de que todos sean nidos de buitres, porque vemos  también revolar por allá algunos grajos, o eso nos parece. En la parte baja de las paredes anidan muchas golondrinas blancas que revolotean por encima del pueblo.

Vemos volver hacia sus coches a varios escaladores, con todos sus arreos. Desde 1935 se cuentan  sus aventuras y sus hazañas: conquistas de los mallos por todos los lados, con sus nombres y fechas. Siete perdieron la vida en el empeño. Nos dicen que ahora los accidentes son muchos menos, porque las equipaciones son muchos mejores y extremas las precauciones.  Además de la escalada alpina, se practica también la escalada en pared  y las vías ferratas, y hasta los arriesgados saltos base.

La gente del pueblo de Riglos no tiene miedo a los mallos, por muy martillos gigantes que parezcan. Se sonríen. Son vecinos seguros. En parte,  de los mallos viven, A pesar de la erosión, que constatan los más viejos del lugar. Felices ellos.