En la prehistoria y protohistoria de Los Arcos (II)

 

         El término se llama Los Cascajos por las cascajeras de las que se extraía grava para las carreteras  y caminos de concentración: piedra menuda con buena arena, producto de las inundaciones del Odrón, pequeño río que nace en la Sierra de Codés, drena todo el  Valle de la Berrueza, recorre de norte a sur el territorio de Los Arcos, recogiendo varios arroyos locales, como el Cardiel o el Melgar, y rinde sus aguas en el Ebro, cerca de Mendavia. Otros dicen que desemboca en el Linares, hijo también de Codés, cerca de Lazagurría.

En 1995, cuando la maquinaria hacía su labor en la gravera, apareció un esqueleto, que algunos pensaron fuera de algún fusilado en 1936. Pero no. Era muchísimo más antiguo. Entonces fue cuando el arqueólogo Jesús García Gazólaz y la empresa Trama comenzaron las excavaciones que duraron desde 1996 a 1999 sobre 14´5 ha del terreno. Alterada la estratigrafía original por la erosión durante tantos siglos y por las anteriores labores agrícolas, encontraron  nada menos que 345 hoyos. Entre ellos los hoyos de tres cabañas o chozas circulares, pero sin poste central ni hogar interior, como solía ser común en las viviendas de ramas, cañas y tierra mojada. En la necrópolis, situada en medio del poblado, se registraron 32 inhumaciones; en una de ellas se encontró el esqueleto de un hombre en posición flexionada sobre el costado izquierdo; otras sepulturas estaban dispersas por el poblado. La mitad de las tumbas albergaban un pobre ajuar: cerámica casera, dentalia (cuentas de dientes) y cuentas discoides.

Había depósitos con huellas de fuego en cubetas de grandes dimensiones. Depósitos de almacenaje: molinos, manos de moler y recipientes cerámicos. Depósitos rituales: cubetas con lechos de fauna consumida y hacha pulimentada, con restos de vasijas, rodeados por fragmentos de molino y una losa a modo de estela. Depósitos de basura. Depósitos de grano. Depósitos vacíos. Junto a ellos, algunos hitos y bloques de piedras o lajas de piedra arenisca hincados en tierra.

En los útiles domésticos encontrados, de sílex y cristal de roca, además de los citados, son de resaltar: cuchillos, hoces, raspadores, hachas, molederas y morteros. Entre las piezas de cerámica: botellas, marmitas, cuencos, tazas, platos, algunos con acanaladuras  e impresiones digitales. De las piezas óseas: punzones, espátulas y agujas.

Todo lo cual nos lleva a una sociedad agrícola-ganadera, estable y de carácter igualitario, que poseía ganado  bovino y ovino, del cual se alimentaba, con progresivo dominio del primero. De la fauna salvaje, apenas algunas muestras anecdóticas de  ciervo. El hallazgo de conchas marinas nos está diciendo de intercambios comerciales con poblaciones lejanas de la suya propia.

El yacimiento neolítico, por su importancia, fue declarado Bien de Interés Cultural.

Nosotros perdemos unos minutos visitando primeramente una gravera al otro lado del camino, donde el suelo más bajo se ha convertido en un trigal. Pero volvemos se seguida al otro lado, donde podemos ver, con esfuerzo, algunos hoyos y algunos montones de piedras. Nos ponemos a recordar lo que sabemos de los relatos de los arqueólogos y a imaginar. Nada nos ayuda a ello. Ni una señal. Ni un indicador. Y menos un panel informativo. ¿Se puede creer que en toda la villa de Los Arcos no haya un solo panel, que fije y recuerde su riqueza prehistórica, protohistórica y romana?

Ni siquiera en un yacimiento que es Bien de Interés Cultural. ¿A dónde ha ido a parar hallazgo tan singular en toda Navarra? ¿Qué y quién lo recuerda? Los cardos y las olivardas o mosqueras (Dittrichia viscosa), muchas de ellas reducidas a ramas leñosas,  colonizan la parte alta del yacimiento. Y los tamarices colonizan las partes inferiores.

¡Qué desolación!