En la prehistoria y protohistoria de Los Arcos (y III)

 

         Se nos ha hecho tarde y arrecia el calor, el primer gran calor del año. Llevamos clavadas en las zapatillas deportivas decenas de espiguillas tras andar y desandar por el yacimiento. Oímos también desde aquí los ecos de la competición que tiene lugar en el cercano Circuito. Podríamos visitar los dos castros celtíberos próximos de El Castillar y Los Cambrotes, pero ese no era nuestro propósito hoy, sino dejarlos para otro día, junto con El Castillo, y, a lo más, pasar por La Atalaya, al regreso a Pamplona.

Así que acompañamos un rato al río Odrón y su frondosa vegetación -chopos lombardos, fresnos, tamarices, sauces, cañas y carrizos- debajo del pinar, donde vemos una pequeña fuente de piedra y lo seguimos en su curso hacia tierras de Lazagurría y Mendavia. Si conocíamos bien el  famoso somontano cerealístico de la villa arqueña, no conocíamos su extensión hacia el sur, sorteando algunos mogotes y cabezos, pinosos algunos de ellos también. Así que vamos adentrándonos entre sernas de cebada y trigo, ya maduras, por caminos estrechos donde es difícil dar la vuelta. No hay árboles ni dejamos la altura de los 400 y pico metros. Mirando después el mapa, veo, no estoy seguro, que hemos ido por los términos de El Charcal, Las Campadas, La Planilla, Los Llanos, La Mesa… Dios mío, qué nombres para campos de pan llevar, y qué silencio  vasto y amarillo en estas vísperas de san Antonio, cuando antaño se segaban las cebadas. Cuando vemos cerca la depresión de las tierras aluviales del Ebro, sabemos que no debemos de estar lejos de Mendavia o Lodosa, y nos volvemos en cuanto podemos.

A la sombra de unos  pinos y con la compañía de dos agraciadas acacias, organizamos nuestro almuerzo campestre y nuestra siesta reparadora. Luego enlazamos con la carretera Los Arcos-Sesma, y podemos ver la hilada de cinco grandes granjas y la nueva, enorme huerta fotovoltaica, que es cosa ver rebrillar a estas horas dando cara al sol menguante.

Entramos por la puerta de nuestro señor Phelipe Quinto y tomamos un café a la sombra de la belleza de la torre singular de Santa María, y a la vera del palacio de los Sada y de los Ichaso. Hay una gran paz parecida a la de los lejanos campos de los que venimos, hasta que un grupo de peregrinos de las mesas aledañas imponen el inglés al silencio.

Visitamos, cómo no, a Santa María, la “de los ojos zarcos”, que diría mi dilecto Ricardo García Villoslada, en su catedral barroca y buscamos luego el gótico del claustro para sosegarnos de nuevo. Nos acercamos luego al peñascón donde estuvo el poblado celtíbero de El Castillo y pasamos por el barrio de las Cuevas.

Atemperado el sol de la tarde, nos acercamos, ya de vuelta, a lo que un día fue el castro u oppidum  de La Atalaya, descubierto por el paisano arqueño, Gerardo Zúñiga -descubridor de antigüedades y celoso protector de las mismas-, y estudiado después en varias ocasiones por diferentes arqueólogos. En sus inmediaciones se encontraron vasos completos de cerámica manufacturados y torneados, molinos abarquillados y circulares, así como varias herramientas agrícolas, lo que  haría remontar al poblado desde el Bronce Final hasta la Segunda Edad del Hierro, cuando desapareció.  Los castros El Castillo y El Castillar estaban demasiado cerca.

Apenas si podemos identificar hoy el castro primitivo. Nos parece ver cerca algún antecastro, y poco más, porque el cerro, un día amesetado, es hoy una leve colina, en la que vemos una máquina cosechadora haciendo su oficio. El espacio ha sufrido, aparte el laboreo secular, una reciente parcelación de la cumbre y de sus laderas; el derribo de varios ribazos para la unión de varias parcelas, y los trabajos últimos para la construcción de la autovía Pamplona-Logroño. Solo se ha salvado una parte del flanco nororiental gracias a la acumulación de depósitos, y donde se han podido exhumar algunos niveles y estructuras del conjunto celtibérico.

En el Circuito terminó la competición de la mañana, pero siguen las pruebas ordinarias. En la vistosa Estación de servicio aledaña nos aguarda el último refresco.

Para mi una pica, por favor.