En la prehistoria y protohistoria de Los Arcos (I)

 

                                 La villa de Los Arcos es uno de los lugares de Navarra que cuenta con mayor número de yacimientos prerromanos, prehistóricos y protohistóricos. Trece municipios navarros, según mis rústicos cálculos, cuentan con numerosos -al menos, cuatro- asentamientos de esta antgüedad, descubiertos y de alguna manera estudiados: Yerri, Leoz, Sangüesa, Etxauri, Lónguida,  Ujué, Oteiza de la Solana, Galar, Miranda de Arga, Monreal, Mendavia y Lodosa.  Solo Leoz, con siete, y Yerri, con quince, superan a Los Arcos, que posee seis. Pero sus rivales son municipios compuestos, con mucha mayor superficie.

El yacimiento arqueño de más remota datación es el de Los Cascajos, plenamente neolítico (al menos, desde mediados del s. V y a lo largo del siglo IV a. C.), cuando no muy anterior,  y uno de los primeros y mejor estudiados en Navarra. Los yacimientos neolíticos conocidos en Navarra no eran muchos, pero en la primera década de este siglo, con ocasión de la construcción de la autovía de Pamplona-Logroño (2003-2006) se multiplicaron. El arqueólogo navarro Mikel Ramos dio cuenta, sin contar los hallazgos aislados, de, al menos, 15 yacimientos anteriores a la Edad del Hierro, muchos de ellos Campos de Hoyos, encontrados en aquellos trabajos de investigación. Entre ellos, dos yacimientos en el término de Los Arcos: un asentamiento agrícola romano (Cortecampo I) y un Campo de Hoyos (Cortecampo II), del Bronce Medio.

Hoy por hoy, mediados de junio, vamos a ver Los Cascajos, y después ya veremos. Pero antes tengo que decir que, días atrás, quisimos ver otro yacimiento de esa época, cercano a Pamplona, Paternainbidea, entre Paternain, Ibero y Olza, y lo encontramos en medio de un cebadal, ya bien granado y ceriondo. Así que solo pudimos admirar la belleza de las espigas ya doradas frente a un trigal adjunto, todavía verde clarescente. Lo descubrió  en su día J. M. Martínez Choperena, y lo estudió el equipo de Amparo Castiella. Encontraron nueve hoyos de enterramientos dobles, ocho del Neolítico y uno del primer Bronce, con algunas prendas de ajuar. Los restos se conservan hoy en el Almacén de Arqueología del Gobierno de Navarra.

Mejor suerte hemos tenido en Los Arcos. Siguiendo las indicaciones precisas de quien lo sabe todo de la villa, mi amigo Víctor Pastor, llegamos a su pueblo, y siguiendo al río Odrón, que baja con su color natural arcilloso entre sus lezcas, sauces, álamos, fresnos y tamarices, enfilamos el Camino del Regadío. En el término llamado de San Ginés -¿recuerdo de una ermita?- nos paramos a ver, en una finca alta, los olivos más viejos del pueblo y  tal vez de Navarra, de doble o múltiple pie, oscuro y acartonado o retorcido, en contraste con la abundante flor blanca con que se adornan estos días.

Pasamos el puente sobre la autovía. Preguntamos a un paisano, que se baja del tractor y nos indica que debemos seguir todo recto hacia una balsa y un criadero de patos. Así lo hacemos. Tenemos delante de nosotros una larga cordillera baja, cubierta de pinos de repoblación, que nos cierra todo el sur. Los mapas apenas la resaltan ni  le dan nombre;  en Los Arcos ocupa los términos de La Rá y Valdelaguardia. A la derecha de la balsa artificial se alinean las pequeñas bóvedas verdes (o pequeñas naves) a ras de tierra, del criadero de patos, que antes habíamos visto en Zúñiga. Antes se habían criado ahí avestruces. Nos detenemos junto a un extenso socavón en el terreno, como de máquinas excavadoras, a nuestra izquierda, separado del camino en dos de sus tramos por unas vallas de alambre: ¡Esto tiene que ser! ¿Dónde está el indispensable Odrón? A 50 metros, como  dicen los arqueólogos. Vamos a constatarlo. Sí. ¡Estamos en Los Cascajos!