El Cerco de Artajona

 

 

          De los recintos amurallados de la villas, llamados Cercos, reforzados de tramo en tramo por cubos de piedra (Puente la Reina, Torralba, Olite, Viana, Sangüesa, Laguardia, Aguilar de Codés…), el de Artajona es el el más relevante. Está montado sobre un cerro, poblado ya en tiempos protohistóricos, y, posteriormente, por los romanos.

El Cerco de Artajona es nuestra pequeña y modesta Ávila navarra.

Los canónigos de Saint-Sernin, de Tolosa de Francia, a los que el obispo francés de Pamplona, Pedro de Rodez, donó la iglesia local (1084), comenzaron y acabaron el perímetro fortificado. Jalonado por catorce torreones, sobre los cuales gallea la torre prismática de la iglesia de san Saturnino con cuatro gárgolas en las esquinas.

Iglesia-fortaleza, a la manera de las del Midi francés, que sustituye a la románica de finales del siglo XI, es a la vez una joya de la arquitectura y pintura góticas.

No ha de sorprendernos que de esta famosa capital del efímero Reino de Artajona (Olite, Miranda, Larraga y Cebror), después plaza fuerte agramontesa, saliera un buen día el legendario cruzado Saturnino Lasterra,  y que de manos del mismísimo caudillo franco, Godofredo de Buillon, recibiera en 1099, por sus serrvicios en la abominable conquista de la ciudad santa, la imagen de Nuestra Señora de Jerusalén (obra excepcional del románico de comienzos del XIII), ¡labrada, según la leyenda popular, por Nicodemo y pintada por san Lucas, nada menos!

Salvada de un robo sacrílego, hoy se venera, en su imagen original, en las grandes solemnidades celebradas en su campestre basílica de Elizalde.

Cerco de Artajona, cercado durante nueve siglos por soles, nieves, nieblas, vientos, lluvias y granizadas.

Cerco, cercado sobre todo por su propia historia, lejana y compulsiva.