Defensa de la laicidad

La idea de una Carta de la laicidad (que no del laicismo) es ya antigua en Francia, propuesta una y otra vez sobre todo desde las filas socialistas. Fabius llegó a defender una carta adosada a la Constitución de 1958, la de De Gaulle, que declara la “República indivisible, laica, democrática y social”. Anteayer el Alto Consejo para la Integración (HCI) presentó al jefe del Gobierno conservador francés, Vilepin, la Carta de la laicidad en los servicios públicos. El proyecto partía de la diversidad de religiones en Francia (es decir, de la importancia creciente del islamismo) y de la necesidad de garantizar la libertad de conciencia y la tolerancia. Un instrumento pedagógico, sin valor normativo preciso, el mérito principal de la Carta es ser un código de buena conducta, un “corpus de grandes principios” para los usuarios de los servicios públicos, que deben “abstenerse de toda forma de proselitismo“, y sobre todo “no pueden, por razón de sus convicciones, recusar a un agente público o a otros usuarios, ni exigir una adaptación del funcionamiento del servicio público”. Y así las mujeres no podrán, en nombre de su religión islámica, negarse a ser examinadas en los hospitales públicos por médicos de sexo masculino. Y es que, cualquiera que lea los periódicos franceses se encuentra un día sí y al otro también con casos de protestas, amenazas y hasta agresiones por parte, sí, de mujeres, pero sobre todo de varones musulmanes, que se niegan a que sus madres, sus hijas o sus mujeres sean vistas, examinadas, curadas, operadas… por varones, incluso a la hora del parto. Según no pocos testimonios, las cosas se están poniendo no solo difíciles sino imposibles en ciertos lugares. Algunos ya piensan en la “solución” holandesa: la construcción de un hospital en Rotterdam exclusivamente para enfermos musulmanes, en un país tan permisivo como Holanda con cientos de miles de inmigrantes islamistas y donde se han levantado ya 450 mezquitas. Una Carta de la laicidad en la Francia laica y orgullosa siempre de sus avances humanitarios y de su multiculturalidad (vamos a llamarla así): señal que revela los límites de las políticas de integración, así como la fractura de una pretendida comunidad cívica y el fracaso de una cacareada vida en común (vivre ensemble), que sólo una carta, por importante que sea, no puede remediar y menos superar.