De Azaña al Tenorio

Mi primera visita familiar desde Madrid a la ciudad de Alcalá de Henares, siendo todavía adolescente, fue con mi tía María, religiosa concepcionista de la Enseñanza, y unas compañeras suyas, entre las que estaba una sobrina del alcalaíno don Manuel Azaña. Aún recuerdo desde entonces aquellos dos balcones-galerías y las ventanas enrejadas del entresuelo, en la casa familiar de los Azaña, que después he visto varias veces.-Fui ayer al  cercano AGA (Archivo General de la Administración) a entregar varios libros míos y me entretuve un rato, en el largo pasillo que lleva a las nuevas salas de estudio,  viendo la exposición Azaña (1880-1940). Memoria del hombre y de la República. Una muestra hagiográfica más, como era de prever. El personaje aparece siempre el mismo: serio, grave, rígido, solemne, distante, con un rictus de desdén cuando no de amargura tras esas gafas redondas que ocupan casi todo su rostro poderoso. Siendo todo un intelectual orgulloso de sí mismo y crítico con casi todos, un exquisito escritor –El jardín de los frailes-, y un políico muy superior a casi todos los que le rodearon, le perdieron muchas veces su extrema autoestima; su jacobinismo republicano; su resentimiento anticlerical y antieclesial, muy fundado en ocasiones; su alejamiento del vulgo, como aparece una y otra vez en sus Memorias… Con todo, como se vio en la noche triste del 13 de octubre de 1931, sin él las cosas en aquel momento político hubieran ido a peor. Sufrió mucho y pensó muchas cosas bien, aunque demasiado tarde. – Hoy por la mañana vuelvo a visitar la Universidad con la guía de un joven profesor versadísimo en su historia. Por la tarde, voy a la muy renovada Colegiata Magistral, sólo comparada con la de San Pedro de Lovaina. Incendiada en 1936, y testigo de atroces asesinatos, es uno de los lugares de esa reflexión a la que nos hemos entregado estos días. De allí, ya de noche, he llegado al Oratorio de los Filipenses, que es en verdad varios oratorios. La iglesia, rectangular, es todo un salón, poco sacro, con balconcitos altos en cada flanco, y lleno de imágenes y cuadros. Misa del primer domingo de Adviento: gente mayor y devota, y el celebrante, sobrio y lleno de sentido común. Pregunto por el P. Lecanda, el amigo y confidente  de Unamuno, su paisano. Expulsados de Alcalá los oratorianos, tras las elecciones del Frente Popular, se refugió en su tierra y salvó así la vida: murió de muerte natural por el tiempo en que murió don Miguel y fue enterrado después aquí. Al salir a la placita de los tilos, que lleva el nombre del religioso vasco, me encuentro con una representación popular de Don Juan Tenorio (“Las Noches de Don Juan Tenorio en Alcalá”). En este punto, don Juan mata a don Luis Mejía y al Comendador, el padre de doña Inés. Buen final, pues, de noviembre -el mes de los difuntos- y hasta del seminario en el palacio de Málaga, de Alcalá de Henares, con unos versos  inesperados de Zorrilla:

                Llamé al cielo y no me oyó…