Corporativismo criminal

Mientras los dirigentes latinoamericanos-caribeños excluían a Honduras de su encuentro en Cancún, admitían con toda naturalidad al presidente de la dictadura cubana, Raúl Castro. Dos varas de medir que merecen varas. Mientras Lula da Silva, benemérito por tantos motivos, niega el pan y la sal al nuevo presidente de Honduras, Pepe Lobo, viaja  ostentosamente a Cuba a despedirse de su amigo Fidel Castro, y tiene el valor allí de lamentar la muerte por huelga de hambre del disidente cubano Orlando Zapata, un preso político y una víctima más de la dictadura, no excluida de ningún foro americano.  Me dirán que antes ocurrió algo parecido con Chile, Perú o Venezuela. Está claro que el corporativismo político, comarcal, regional o continental, funciona a las mil maravillas. Lo mismo sucede en África, en Oriente Medio, en Asia, en Oceanía, y hasta hace bien poco en Europa. La ONU, que sólo suele condenar a Israel, es un ejemplo perfecto. Poder no muerde a poder. Si las reacciones, las solidaridades, los movimientos  humanitarios  no parten desde abajo, desde la dignidad y la justicia de los hombres de buena voluntad, hay bien poco que esperar de las llamadas cumbres, cumbres de la cobardía y del puro interés económico.