No me pidas poemas.
Dime
tú
los versos silenciosos,
delirantes,
de tus lágrimas de gozo,
derramadas
por un cielo poblado de mejillas.
Cuéntame el exacto sonido de las olas,
que venían a llevarse los secretos;
que querían,
como blandos animales cariñosos,
acariciar la miel de tus pezones.
Susúrrame de nuevo la dulce letanía
de ternuras,
lentas,
difíciles,
estremecidas casi,
cortadas
por el ansia explosiva del silencio.
No me pidas poemas.
Que quiero prolongar
tu poema de carne.