Zumbidos elogiosos

Hay que ver, a la hora de la muerte de cualquiera, la turbamulta de hipócritas que revuelan en torno del cadáver, como moscas zumbonas. Así, ahora, tras la muerte de Saramago. Los exarcebados elogios llegan de donde menos se esperaban, porque nadie quiere dejar de zumbar, y nadie quiere sobre todo que le dejen sin zumbido. Ha habido alguien cerca de nosotros que hasta le ha llamado profeta. No estoy de acuerdo con Fuentes en que el Nobel portugués nunca escribió un mal libro, pero dejemos a los gustos gustar lo suyo. He seguido a este hombre famoso desde que se instaló en España, y he subrayado alguna vez su ignorancia inmensa y supina sobre la Biblia y la  teología cristiana, con las que tanto se entretuvo; su antiteísmo sectario, y su sectarismo político, como buen comunista portugués y, además, en la punta extrema de tal partido. Pero, por lo visto, todo esto no tiene el menor interés ni aun para aquéllos que elogian justamente la coherencia entre su vida y su literatura. Hasta creyó inventar un nuevo argumento sobre la no existencia de Dios, diciendo que si fuéramos inmortales, no creeríamos en Dios! Es decir, que si fuéramos dioses (dii inmmortales, decían los latinos), no habría Dios! ¡Hombre, según la clase de divinidad de cada uno! El autor de Caín, según una de sus últimas declaraciones, se veía empapado de valores cristianos y aceptaba los que coincidían con valores de humanismo; menos mal, pero ya sabemos qué significa humanismo para un marxista-leninista-estalinista. Ya Merleau-Ponty habia advertido que una característica del hombre es pensar en Dios, aunque para él eso no quiere decir que Dios exista. No se puede hacer desparecer la existencia de Dios declarándola simple ilusión: se presenta una y otra vez inexorablemente y tiene una concreta repercusión en el pensamiento. Luchó José Saramago por algunas causas justas, cuando coincidían con su sectarismo político. Transterrado voluntariamente en España, se hizo hispanófilo y hasta revivió la vieja causa del Iberismo. Fue trabajador activo hasta el final y se convirtió para muchos en un signo de progresismo y de rebeldía. ¡A estas alturas!