Una Exposición en Santo Domingo de la Calzada

 

     Es la tercera gran Exposición que visito en estos últimos años en esta bellísima  catedral de Santo Domingo de la Calzada, tan cercana a varios momentos de mi vida, sin contar la magna Exposición, equivalente a la de las Edades del Hombre, en la catedral de Calahorra, con motivo de su restauración. Esta vez el-motivo es el Milenario del nacimiento de Santo Domingo (c. 1019-1106) e inicio de la Misión Diocesana-Iglesia en salida, y es iniciativa común de la Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, el Cabildo de la Catedral, la Parroquia de Santo Domingo y la Delegación para el Patrimonio Cultural Diocesano. En el claustro del siglo XIV, bajo el lema Y el Verbo se hizo carne, se muestra una gan variedad de pinturas y esculturas que representan el Evangelio de la Infancia, desde el Nacimiento de San Juan Bautista hasta el Bautismo de Jesus, repartidas en cuatro secciones: Llena de Gracia, Hágase en mí, La Luz del mundo y Habitó entre nosotros. Procedentes de numerosas parroquias de la diócesis, desde el siglo XV al XIX, la mayoría de los autores son anónimos: otras son obras de  Gabriel Frankz, Peeter Sion, o atribuidas a Andrés de Melgar/Alonso Gallego o a Juan García de Riaño, o simplemente pertenecientes a la escuela flamenca o italiana. A todo ello se añade buena parte de los fondos de la catedral calceatense, como el espléndido frontal de altar de madera dorada y policromada de hacia el año 1300; el relieve de la Misa de San Gregorio y San Jerónimo, del XVI, y los tres  famosos Trípticos renacentistas del siglo XV y XVI. junto a una colecición de cálices, custodias, cruces, y otros muchos objetos religiosos de gran valor, algunos de ellos donados por devotos residentes en Méjico.

Si eran muchos los visitantes de la Exposición, más todavía eran los que visitaban la catedral, en visitas privadas, en grupos, visitas guiadas, visitas con audífonos… La catedral románico-gótica, a la luz madura de la tarde y habitada por tantas personas deseosas de conocerla, era aquella novia o esposa celeste, de la que habla el Apocalipsis, y que sus constructores tuvieron  en mente al levantarla. Lástima que, con tantas pequeñas maravillas en su interior, se nos escape con frecuencia su más certero significado espiritual, sus notas religiosas más constitutivas. Pero tampoco podíamos dejar de admirar, separada o concretamente, el retablo grandioso de Damiant Forment y Adrián Melgar, que fue el motivo de la primera Exposición; el singular Mausoleo del Santo (XIII-XVI); la cripta presidida por el vivaz altorrelieve del mismo, del XIII; el gallinero gótico, con gallinas muy actuales. y nada milagrosas, y mucho menos asadas. Ni podiamos no aprovechar la escalera  de las defensas, recién abierta, para poder contemplar desde arriba la ciudad circundante, el paisaje de su entorno y, más de cerca, la cuarta torre de la catedral (1762-1765), de 70 metros de altura, barroca, intrépida, airosa, flecha de fe y saeta de esperanza en muchos kilómetros a la redonda. Coronada por una cruz de hierro y asegurada por un pararrayos, tan eficaz como invisible. Visita inolvidable.