El papa Montini y el obispo Romero

 

    Ya he escrito más de una vez sobre la multiplicación de canonizaciones en los últimas décadas. A este paso, no va haber papa que no sea canonizado, ni fundador o fundadora que no suba a los altares. Y ¡ay de aquellas y aquéllos que no acaben en la gloria de Bernini!

Pero cuando llegan los casos concretos, me veo obligado a cambiar de discurso. Conocí al papa Montini en Milán, donde era arzobispo venerado, y en Roma, siendo cardenal y padre del Concilio, cuando nos visitó en el Colegio Altemps, y siendo papa. Papable desde los tiempos de Pío XII, con quien colaboró estrechamente, fue un papa que tomó muy en serio el Concilio abierto por su predecesor Juan XXIII, tan distinto de él. Intelectual, riguroso, y por eso mismo a veces vacilante (Humanae vitae),  a veces audaz (encíclicas sociales). Los católicos españoles no franquistas le estuvimos muy agradecidos y le defendimos apasionadamente. Por lo que nuestra alegría es ahora grande. Est ando en Ciudad Rodrigo, lloré su muerte y le dedique un emocionado poema.

A orar ante la tumba de Monseñor Romero y los jesuitas, sus discípulos, mártires, volé desde Santo Domingo hasta San Salvador, donde encontré la catedral cerrada por obras. Junto con la madre Teresa de Calcuta, ha sido el santos canonizado por su pueblo, por sus pueblos -San Romero de América-, muchos años antes que por el papa de Roma,  papa, esta vez, americano como él, y  admirador cercano de su vida y de su muerte. Así que le dábamos por santo muy por adelantado. Muchos son los santos mártires del comunismo y movimientos afines: muchos menos los mártires de los diversos fascismos, sobre todo en América. Por eso, puestos a canonizar, pocos santos tan merecedor de cánones como éste San Romero. Romero y Flor de romero con  olor a santidad para América y el mundo.