¿Un senado con obispos?

La diferencia que hubo entre la que soñaba el futuro presidente de la Segunda República  y la que luego existió es parecida a la diferencia entre el optimismo de las primeras páginas de sus Diarios -robados después y ahora publicados- y el pesimismo de las últimas, escritas tras su destitución, el 10 de mayo de 1936. En su célebre discurso del 13 de abril de 1930, en el teatro Apolo de Valencia, discurso del paso del  ex ministro de la Monarquía, gran burgués y gran cacique, a la República de trabajadores de todas clases, decía el pobre don Niceto: … Pero, en cambio, librepensadores y radicales, la República española, precisamente para hartarse de razón y refrenar con la autoridad de un Felipe II los excesos del poder teocrático, tendrá que dar el ejemplo de su comprensión de mirar al alma nacional y en su futuro, hoy,  y en su tradición de los siglos, admitir, a más del Senado (sic) y en él la representación senatorial de la Iglesia. Y vais a decirme algunos: ¿Con el arzobispo de Valencia? Sí, y con el cardenal de Toledo a la cabeza, que es más en todos los aspectos de jerarquía y reacción (Aplausos). Y, como estaba en Valencia, hizo al final de su discurso el elogio de san Vicente Ferrer, que en su tiempo ayudó a que en el llamado Compromiso de Caspe catalanes, aragoneses y valencianos encontraran un rey común, Fernando de Antequera, que ocupara el trono vacante El futuro presidente de la República como que se encomienda ahora al mismo santo para conseguir lo contrario: que el actual rey de España deje vacante el trono que ocupa.- Pocas promesas políticas habrán sido tan dispatadas. Un año después, no hubo ni sombra de Senado, y menos de obispos en él. El flamante presidente del Gobierno provisional de la República, excelentísimo señor don Niceto Alcalá Zamora, hizo todo lo posible para que el cardenal reaccionario de Toledo, don Pedro Segura,  no volviera a España -de donde le había expulsado, manu militari, uno de sus ministros- y abandonara definitivameente su sede primada, y, pocas semanas después, dimitía él mismo del Gobierno, al aprobarse el artículo 24 de la Constitución, uno de los más sectarios y persecutorios de la historia de las Constiuciones modernas, entre ellas la de Méjico o la URSS, que sirvieron de ejemplo a la nuestra. Elegido, con todo, primer presidente de la República, sus cuatro años y medio de presidencia fueron para él un permanente quebradero de cabeza, hasta terminar expulsado de la presidencia y de la vida política, abandonado y olvidado de casi todos. Ejemplar, en cambio, fue su vida posterior en el exilio, llena de dignidad e independencia, dedicado, como gran jurista que era, a sus muchos libros y estudios, dentro de una discreción y sensatez  exquisitas.