Un anticlericalismo persistente

El tradicional anticlericalismo  español, propio de los tiempos en que el clero era poder múltiple, a partir del siglo XVIII (la Ilustración) va haciéndose antieclesialismo y, poco a poco, ateísmo y antiteísmo. El liberalismo progresista, con sus disoluciones y expulsiones de órdenes religiosas y consiguientes desamortizaciones, propicia el carlismo, partido y brazo armado de la Iglesia, y éste a su vez propicia un mayor anticlericalismo y antieclesialismo (matanza de frailes, 1834 y 1835), que tienen su expresión política y social en la llamada Revolución Gloriosa de 1868 y en la I República. Derrotadas ambas  por la Restauración y su Constitución de 1876, vuelve a regir el Concordato de 1851 y vuelven los frailes a sus conventos y colegios: dos focos de anticlericalismo y antieclesialismo. El mal ejemplo fancés de los años ochenta; la prensa anticlerical, en general zafia y cruel; la masonería irregular y las escuelas librepensadoras (Ferrer Guardia); la pérdida de Cuba y Filipinas (caso Nozaleda) y la guerra de Marruecos (Semana Trágica) hacen lo demás. El anticlericalismo y antieclesialismo, así como el ateísmo y antiteísmo, ya muy extendidos, no podían entenderse sólo, como creia Pablo Iglesias a comienzos de siglo, por causas económicas, ni eran de poco implantación. Los movimientos antieclesiales del primer tercio del siglo provocaron el miedo y el repliegue de la Iglesia, que se confió a la Dictadura de Primo de Rivera. Contra la II República, que acumuló todos los atropellos del antieclesiialismo anterior y los superó con la imitación de Francia, Méjico y Rusia, la Iglesia fue sólo la de media España, con sus partidos, sus sindicatos, sus vanguardias y retaguardias. Todo ello hizo explosión en la guerra de las dos Españas: 1934-1939. Sólo en tiempos del post Vaticano II, tiempos de la Transición, la Iglesia pudo y quiso ser de todos los españoles. Ahora mismo, varias anteriores etapas tienen presencia en España, aunque creo, o quiero creer, que la mayoría de los españoles está más conforme con la de la Transición, al menos en sus princiopales consistencias. Pero las etapas anteriores están demasiado presentes…