Tercer Domingo de Adviento

              
                    Luc 3, 10-18

Juan, profeta escatológico,
no se andaba en chiquitas.
Los hombres del desierto,
los intrépidos y rígidos ascetas,
los audaces creyentes en Dios el Absoluto,
lo ven todo de forma diferente.
Camada de víboras
llamó el zambullidor
a muchos que acudían a él a bautizarse
por huir de la ira inminente
del celoso Yahvé,
y a muchos confiados tan sólo
por ser hijos de Abrahám.

¿Quién no es hoy una víbora huyente
del castigo merecido de Dios?
¿Quién no es hoy árbol sin fruto
al que le  tengan puesta la segur a la raíz?
Seguimos preguntándonos: qué hacer,
como las buenas gentes que iban al Jordán.
Ya sabemos de antemano la respuesta,
grabada a fuego en el hondón del ADN:
la justicia de dar, de repartir,
de no exigir, de no robar ni extorsionar
y denunciar a los más débiles.
Es la buena noticia de Juan.

Pero después de Juan el Bautista
viene Alguien más fuerte que él,
a quien, como un esclavo,
no se atreve a desatarle las correas
de sus sandalias.
El más fuerte vendrá a bautizarnos
con Espíritu Santo a fuego,
fuego de fundidor,
que funde y refina la plata
y refina también a los hijos de Leví.
Él limpiará con el bieldo la era,
recogerá el trigo en el granero
y la pajará arderá con fuego inextinguible
Es la buena, y nueva, noticia de Juan.