Tensión y dramatismo

La anécdota del presidente confesando (fuera de micrófono oficia) al periodista de su real cámara, que acaba de entrevistarle, la utilidad de un poco de tensión y dramatismo, añade a la anécdota pícara y acusatoria su porción de confesión pre electoral. Y es que hasta el hombre del buen talante por antonomasia, el pacifista por encima de todo, el anticrispador por definición, el hombre dechado de todas las virtudes ciudadanas, reconoce aunque sea a media voz, que, como todos los políticos, necesita él también tensión y dramatismo. Dos notas específicas de toda buena representación, como es la parte pública de la política, el juego escénico obligado y reglado, que es la política democrática. Lo que pasa es que nuestra democracia es aún joven y ha sustituido hace sólo un cuarto de siglo a una dictadura y a una guerra, precedidas éstas a su vez, durante un siglo antes por otras guerras, dictaduras, sublevaciones, golpes, motines de todo género, por lo que nuestro teatro político está plagado aún de malos modos, de actitudes intemperantes y de actuaciones a menudo detestables. Da pena ver, estos días, a todos los políticos en liza, que no saben decir dos palabras seguidas sin entrar a saco contra el adversario, a quien se pone como chupa de dómine o como perro por carnestolendas. El adversario, cuando no el enemigo puro y duro, suele ser el verdadero protagonista de todos los mítines, y sin meterse con él, sin darle caña, no hay discurso que valga, ni mitin que merezca, ni párrafos que se aplaudan. Es muy díficil, y sólo los británicos son capaces de ello, hablar durante más de cinco minutos, agradar, y, no digamos, entusiasmar a los fieles con solo el programa propio, con solo un discurso positivo, educado y amable. Todavía los oradores normales, si tienen sentido y capacidad de humor, pueden tener un buen éxito, porque la risa es liberadora y contagiosa. Pero, si no hay ni dotes, ni ingenio, ni humor, la campaña electoral, en países como el nuestro, resulta pesada, vulgar, zafia, perniciosa. Y la campaña -nombre militar, como se ve- se extiende después a los Parlamentos, a los Ayuntamientos, a toda la vida política de la Legislatura. ¿Tensión y dramatismo? Parece un programa de director escénico. Pero es sólo una sublimación amañada de toda una política de agresividad, mal gusto y ramplonería llevada a cabo porlos mediocres políticos, en general, que sufrimos. Con las excepciones que se quieran. Que  me gustaría fueran muchas más.