Viernes de Cuaresma ( II )

                (Is 1, 16-18; 44, 21-23)

En los tiempos del profeta Isaías,
siete siglos y medio antes de Cristo,
ya eran viejas y vanas las solas abluciones.
El agua era un símbolo claro
de la lucha del bien contra el mal,
de la limpia inocencia.

¿Qué era el bien
para aquellos creyentes en Yahvé?
Buscar el derecho a todas horas,
levantar al oprimido,
defender a los huèrfanos,
proteger a las viudas.
Cuatro versos sencillos resumen la moral.

Entonces, sólo entonces,
Dios blanquea de fúlgida nieve
los pecados más prietos que la púrpura
y de lana llovida
los pecados más rojos que el carmín.

Pues el Dios que nos creó,
el Primero y el Último,
nunca nos olvida y desampara,
si nosotros no olvidamos, satisfechos,
a los hombres que sufren desamparo.
Ahuyentó como nube siniestra
nuestra oscura rebeldía
y nos hace volver sin  temor
al abrigo de su Roca.