(En la Colegiata de Roncesvalles, a donde suelo retirarme de vez en cuando para estudiar y para otros menesteres espirituales y culturales, no he conseguido en estos últimos cuatro días conectarme con mi cuaderno de bitácora. Qué le vamos a hacer. Pasado mañana tengo que ir a Sevilla a un congreso y quién sabe si me sucederá lo mismo. Intentaré lo contrario).
Señora de Roncesvalles,
reina de montes y valles.
Alto alegre en el Camino
de incontables peregrinos.
Patrona del Hospital,
liberadora del mal.
Madre de Dios, madre nuestra,
fiel protectora y maestra.
Madre de abierta sonrisa:
paz y aliento, calma y brisa.
Virgen graciosa y graciada,
en cuerpo y alma entregada.
A tu santuario llegamos
y como madre te hablamos.
Con tus ojos amorosos
nos miras menesterosos,
hijos de Eva, exiliados
pero en Cristo repatriados.
Eres, santa criatura,
nuestra esperanza y dulzura.
La promesa florecida
en el valle de la vida:
valle de gozos y penas,
de ortigas y de azucenas,
de quebrantos y aflicciones,
de encantos y bendiciones.
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Contigo haremos la vía,
gloriosa Santa María.