Luces y sombras de un político ( y III )

Plutarco, la segunda fuente histórica, aunque no contemporánea, sobre Pericles, recoge muchas de las críticas mencionadas sobre el prohombre ateniense, pero sobresale al final de su estudio consagrado a él un juicio positivo: “Un hombre semejante merece nuestra admiración por la moderación y la afabilidad que siempre conservó, mientras tantos asuntos le solicitaban y a pesar deodios tan violentos, y sobre todo por la altura de su espíritu, puesto que consideraba su mayor título de gloria no haber cedido nunca al odio o a la cólera, a pesar de la importancia del poder del que disponía, y no haber nunca considerado a ninguno de sus enemigos como adversario definitivamente irreconciliable” (XXXIX, 1). Tras la acusación pública que se le hizo ante el tribunal y la multa que se le impuso, sin que sepamos bien por qué; tras retirarle su condición de estratego (general), que venía ejerciendo durante catorce años, siempre por elección, lo cierto es que se le restituyó su cargo y la dirección de todos los asuntos que llevaba entre manos. Después de su muerte ( 429 a. C.), víctima, como dos de sus hijos, de la peste, escribe Plutarco que “ningún ser de este mundo había sido más modesto que Pericles en la grandeza ni más majestuoso en la afabilidad. Se vio que su autoridad, que se había envidiado y hasta considerado anteriormente como monárquica y tiránica, había sido como una baluarte que había defendido la salud de la Constitución”. Y ésta es la imagen que heredará la posteridad.