Salve a los manifestantes

Pues, sí, me alegra ver a muchos manifestantes en la calle, siempre que sea para causas nobles. ¡Con lo que nos costó conseguirlo! Muchos, además, no tienen otro símbolo / medio más atractivo y eficaz, o, si lo tienen, éste asimismo les parece relevante. Enhorabuena. Lo que pasa que, entre la policía y los nuevos métodos de contar, nos reducen cada día más el número de manifestantes, que parecen darnos a primera vista la televisión y las fotos de los periódicos. Me alegra, ya digo, ver la calle llena de colores,  de movimiento, de letreros, de banderas (aunque sea esa tan anticuada, con el color morado de Castilla, que no era ése, por cierto), de banderolas,  de pendones, de lemas, de pareados, de refranes populares, de quejas y de necesidades: de vida. Ahora bien, me avergüenza ver, alguna que otra vez, entre esos manifestantes de buena fe y de buen aguante a ministros, diputados o altos funcionarios de partidos y sindicatos que salen a protestar contra lo que ellos mismos hicieron o dejaron de hacer, cuando… pudieron, desde el poder. Eso me parece más que dramático, patético.  Por fortuna, poquísimos se tragan esa burla trapera, ese ardid impotente. Y otra cosa, que ya sé que no es posible, y por eso se queda en mero voto  de futuribles: si hubiera que conseguir un billete para entrar en la manifestación, debiera cerrarse el paso a todos aquéllos que van a protestar o a exigir algo, y no fueron  antes capaces de hacerlo, mientras sus políticos amigos o más cercanos estaban en los gobiernos locales, autonómicos o nacionales. Ni a todos aquellos que sólo van a quejarse o a exigir -desde una vida mejor hasta la luna-, sólo porque ahora los que salen en la tele y mandan aqui o allí no son ya  sus amigos polìticos, a los que han votado toda la vida.  Y eso no. No me gusta. La calle se merece gente más coherente y más valiente. Gente más del pueblo. Menos retorcida.