Nostalgia de la Constitución de Cádiz (1812)

Fue la flor de la Ilustración, también de la española, y de nuestra recia tradición humanista, como proclamó de continuo el divino Agustín de Argüelles, siguiendo al doctísimo y archiacadémico Francisco Xavier Martínez Marina, y el no menos divino Diego Muñoz Torrero, rector de la universidad de Salamanca. Fue el triunfo de España, demasiado Estado hasta entonces, para convertirse en nación  moderna y en patria compartida, independiente no sólo de los soldados de Napoleón, sino tambén de la monarquía absoluta degenerada, que llegaba a su fin, y que Fernando VII prolongaría con un  largo  e infausto final. La Constitución de Cádiz intentó sentar las bases de un Estado vertebrado por la soberanía nacional, encarnado en una monarquía limitada y a trevés de un orden liberal moderado, compatible con lo mejor de la tradición española, como siempre habían soñado Jovellanos y los ilustrados que le seguían. En su texto se plasmaron muchos de los grandes principios liberales internacionales y nacionales -Croce descubrió que el sentido político de la palabra liberal surgió en Cádiz-: soberanía nacional, división de poderes, derecho de representación, derecho a la integridd física, garantía procesal y penal, libertad de expresión, libertad de prensa e imprenta, propiedad activada, fin de la Inquisición, fin de los señoríos, reforma eclesiástica… Por desgracia, la aplicación concreta de estos principios dividió pronto a los españoles en las dos Españas que se enfrentaron sangrientamente en los siglos XIX y XX. La Constitución de 1978 fue el mejor relevo  de la de 1812 para nuestro tiempo y la mejor heredera de aquel extenso testamento civil, aunque algunos sigan todavía queriendo ganar alguna guerra pasada perdida, o queriendo volver a ganarla, y hasta rehacer alguna vieja revolución. Hoy, cuando se airean en algunos lugares de España banderas de secesión, de odio y de revancha, incluso en aquéllos que fueron símbolo, en 1810-14, de patriotismo español, uno piensa en el Te Deum, cantado en la iglesia del Carmen, de Cádiz, que simbolizaba una casa común, con un proyecto común compartido, abierto a todos los proyectos justos y benéficos del mundo.