¿Necesidades como derechos?

Alguna vez habrá que atreverrse a decir que los derechos del hombre y del ciudadano se proclamaron por vez primera en los Estados Unidos de América por propietarios europeos de terrenos, en los que trabajaban esclavos negros, expresamente traídos para ese fin. Pero equilibrar los derechos del hombre con los del ciudadano no es cosa obvia: en aquellos Estados pioneros fue menester toda una guerra civil para aproximar los dos derechos, y ha costado dos siglos acercarlos un poco más. Muchos de los revolucionarios franceses que volvieron a proclamar y a extender derechos del hombre y del ciudadano en 1789, cometieron desaguisados sin cuento contra hombres y ciudadanos en los años inmediatamente posteriores. Y así podríamos seguir. Hoy, a todas horas y en todos los ángulos se nos habla de derechos, viejos, nuevos y novísimos según la voluntad o la veleidad, no pocas veces, de quien quiere lucirse con ellos, coronarse con ellos o servirse de ellos para alguna de la muchas imposturas demagógicas a las que cada día asistimos. Por ejemplo, en el vasto mundo de la emigración-inmigración: migración, tal vez el más delicado y sensible de todos los que forman hoy nuestra historia. Dejando esta vez los derechos de los Estados, a los que tan dados suelen ser cuando les conviene, son muchos los que, por motivos políticos y religiosos, o meramente personales, enaltecen la asistencia como criterio político; la necesidad concreta, con frecuencia desordenada e inducida, como derecho, y la ilegalidad como privilegio. Para llamar luego a todo esto: derechos del hombre y del ciudadano, caridad y hasta justicia, solidaridad y hasta cristianismo. No digo que en muchísimos casos no lo sea. Digo que no se puede jugar a embarullarlo todo, para que todo sea más confuso, más dudoso y menos creíble.