Los nuevos inocentes

    Los Santos Inocentes son una referencia popular importante en la celebración de la Navidad. Se celebra en muchos sitios su fiesta y las inocentadas -yo he sufrido hoy una y he respondido con otra- han sido siempre un juego ingenuo y sencillo, que hoy ha decaido mucho. El midrash sobre el paralelismo entre la infancia de Jesús y Moisés, que el evangelio de Mateo recoge, nos ha dado a todos una larga vena de interpretación y de sentido, y no son pocos los villancicos, elegías y otros versos que yo he compuesto sobre la curiosa evocación bíblica aplicada a nuestro tiempo. (Por cierto, ¿cuándo se informarán un poco tantos predicadores y escritores sobre los géneros literarios del llamado Evangelio de la Infancia, para no lucir por ahí tanta ignorancia neotestamentaria en pleno siglo XXI?). Veo que este año varios periodistas y comentaristas toman pie en la conmemoración de hoy para lamentar de nuevo los recientes y espeluznantes casos de abortos ilegales en varias clínicas de exterminio, de Barcelona y de Madrid, y para denunciar la beata aprobación del aborto por la clase política progresista en general. Cien mil casos anuales en España son muchos y nos hace la sociedad europea con el mayor crecimiento de abortos a partir de unos de los índices de natalidad más bajos del mundo. De excepción, que lo es por ley, el aborto se ha convertido en costumbre, en práctica habitual, aprovechando el portillo de la salud psíquica de la madre, ante el visto bueno de una sociedad, no sé si mayoritaria, que hace años hizo suyo el dogma laico de que la mujer puede disponer libremente de su cuerpo. César Alonso de los Ríos recuerda la frase de Pasolini de que el aborto, el aborto en serie, es la otra cara del consumismo sexual: la muerte del niño en ciernes a cambio del disfrute personal.