Lo misterioso

 Cansado de ver al genial físico y matemático Albert Einstein unas veces en la lista de los creyentes y otras en la de los ateos, la biografía escrita por Walter Isaacson me saca de apuros y me pone la cosas en su sitio. Einstein, judío de origen, que fue instruido en la Biblia y en el Talmud, abandonó su fe judía a los 12 años. Se sentía embelesado por la figura luminosa del Nazareno, sin creer en su divinidad. No se consideraba ateo; ni siquiera panteísta, a pesar de su fascinación por el panteísmo del  judío heterodoxo Spinoza. Admiró el universo maravillosamente ordenado y obedeciendo ciertas leyes y, más allá de estas leyes, que sólo tenuamente entendemos, pensó que permanece en él algo sutil, intangible, inexplicable. Venerar -dice- esta fuerza que está mas allá de todo lo que podemos comprender es mi religión. En 1930, dentro de su testimonio En qué creo, escribió: La emoción más hermosa que podemos experimentar es lo misterioso. Es la emoción fundamental que está en la cuna de todo verdadero arte y ciencia. Aquél a quien esta emoción es ajena, que ya no pueda maravillarse y extasiarse en reverencia, es como si estuviera muerto, un candil apagado. Sentir que detrás de lo que puede experimentarse hay algo que nuestras mentes no pueden asir, cuya belleza y sublimidad nos alcanza sólo indirectamente: esto es la religión. En este sentido, y sólo en este soy un hombre devotamente religioso. Einstein no creía en un Dios personal ni en la inmortalidad del hombre: una vida es bastante para mí.  Era un determinista, no creía tampoco en el libre albedrío del hombre, como sus hermanos los judios; ni en el libre albedrío de Dios con poder o voluntad de cambiar las leyes inmutables del cosmos o las acciones del hombre. En esto seguía a Schopenhauer: Un hombre puede hacer lo que quiera, pero no querer lo que quiera. Enemigo de todo ateísmo fanático, elogió la actuación de la Iglesia alemana frente a Hitler. Declaró igualmente que la ciencia sólo puede ser creada por personas  profundamente imbuidas por la aspiración hacia la verdad y el entendimiento, que brota de la esfera de la religión. Una de sus frases más famosas reza: La ciencia sin la religión es coja; la religión sin la ciencia es ciega.