Liberalismo enfermo

La demolición del liberalismo no fue una moda pasajera de los años treinta del siglo XX. Fue, al decir de Stephen Holmes, una actividad recurrente de la cultura política occidental desde al menos la Revolucón francesa. Pero en la Europa de entreguerras esa implacable hostilidad para con el liberalismo fue divisa común de la derecha como de la izquierda, cuyos extremos se llamaron fascismo y comunismo. El liberalismo no estaba sólo superado, sino crónicamente enfermo. Y hasta muchos que alardeaban de liberales, cuando no se inhibían, criticaban más o menos velaldamente no sólo los excesos, también los principios y valores del liberalismo. No hay más que recorrer las biografías de los mejores intectuales y políticos españoles durante la Dictadura de Primo de Rivera y sobre todo durante la Segunda República y el primer Franquismo. Los liberales pasaban por enonces como pusilánimes, dudosos y pactistas, que no entendían la sociedad de su tiempo y no habían aprendido aún que la política  es una lucha incesante y viril.  Era una coartada perfecta para los enemigos de la libertad.