Las voces del silencio (VI)

 

APRENDIZAJE DEL SILENCIO

 

         Entre los griegos, al dios Harpócrates se le represenaba con un dedo en la boca. Y en la corte de Bizancio el silenciario tenía como misión velar por el silencio. Y es que el silencio no es una obviedad, y durante toda la historia el precepto de guardar silencio ha sido múltiple y banal. Maeterlinck afirma en El tesoro de los humildes que el alma del que nunca se calló no tiene rostro y que el silencio es el elemento en el que se forjan las cosas importantes. Pero a muchos el silencio los asusta y pasan buena parte de su vida buscando lugares donde no reine. Durante siglos toda una cultura somática ha reforzado la exigencia del silencio: la adoración; la genuflexión; las campanas y campanillas; el recogimiento piadoso o estudioso; la disciplina litúrgica, conventual, escolar o militar; las ordenanzas municipales… Hasta nuestro habitual minuto de silencio. Saber guardar silencio  forma parte desde mediados del siglo XVII de las buenas maneras que distinguen a las personas educadas según los parámetros de la época.

El descenso del umbral de tolerancia al ruido y al alboroto en Occidente, cada vez más  ruidoso y alborotado por los inventos modernos, especialmente transportes y fábricas, la urbanización creciente y las concentraciones de trabajadores, se impuso desde inicios del siglo XIX,  y en los años siguientes, a mayores ruidos en todos los sectores de la sociedad, la exigencia del silencio fue mayor. Bien es verdad que la Primera Guerra Mundial fue un infierno sonoro y el silencio una anomalía. El silencio llegó a estar ligado a la muerte y a la experiencia del duelo. Lo mismo podríamos decir de la Segunda Guerra Mundial y de las innumerables guerras  y conflictos que han estallado en todo el mundo.

El autor subraya que en el período actual alzar la voz en los trenes es considerado como una molestia, cosa que no fue así hasta mediados del siglo XX. Y lo mismo sucede en los aviones o en el cine. Y en muchos restaurantes. Pero ¿hemos de concluir por ello que tales exigencias de silencio indican indican un descenso real del umbral de tolerancia al ruido? Ciertamente no.

Los que en el transcurso del día reclaman y aprecian el silencio en los transportes son a veces los mismos que durante la noche anterior han tolerado en una discoteca o en una sala de espectáculos musicales intensidades sonoras desconocidas hasta ese momento en la historia humana: Es como si el silencio y el bienestar que este procura no fueran más que exigencia intermitentes, que dependen de los tiempos y de los lugares.