La paz de Haydn

A veces no sólo es bello y útil, sino necesario. Hasta para evitar el escapismo, el indiferentismo,l a tonta y falsa desesperación, o el mismo, pigre, aburrimiento. Esta tarde, la sonata 23 en fa mayor de Haydn (1773), con la siciliana melódica y sugerente del adagio y la rítmica contradanza del presto final, así como la sonata 31 en mi mayor (1776), con el allegretto barroco y preromántico, junto a otras piezas de Chopin, del mismo Hamelin y de Godowsky, interpretadas por el pianista genial franco-canadiense Marc-André Hamelin, que lo lleva todo en su cabeza, manos y pies, me han dado la paz y el gozo que ni las cacerías de políticos y jueces, las reyertas preelectorales y tan manidas entre los grandes partidos, y las excusas de malos pagadores de todos los que tienen que habérselas con la plaga de la corrupción -un mal endémico de la política española- pueden dar. Y, lo que es mucho peor, suelen quitar, por poco que nos dejemos.