La oración de Thomas Merton

Me traigo del monasterio cisterciense de Santa María de Huerta, tras pasar unas horas en Almazán, tan bello, y en Ariza, tan postrado, un libro-antología (Escritos esenciales) del fecundo monje-escritor norteamericano (1915-1968). Leí hace muchos años La montaña de los siete círculos, uno de sus libros más célebres, y fueron innumerables, pero lo entendí mal y después le había olvidado, a pesar de leer en Cistercium algunas cosas suyas. Me conmueve mucho esta oración, inserta en su libro Diálogos con el silencio:
Tú no eres como yo te he concebido. Es casi media noche y estoy esperándote en la oscuridad y envuelto en el silencio. Siento dolor por todos mis pecados. No dejes que te pida más que poder sentarme en la oscuridad, ni que encienda ninguna luz por mi cuenta, ni que me deje invadir por la marea de mis pensamientos para llenar el vacío de la noche en que te espero. Para permanecer en la dulce oscuridad de la pura fe, deja que me convierta en nada a la pálida y débil luz del sentido. En cuanto al mundo, haz que me vuelva para él totalmente desconocido para siempre. Y que así, gracias a esta oscuridad, pueda llegar al fin a tu claridad. Que, tras hacerme insignificante para el mundo, pueda percibir los infinitos sentidos que encierran tu paz y tu gloria. Tu resplandor es mi oscuridad. No sé nada de Ti, y por mí mismo ni siquiera puedo imaginar cómo llegar a conocerte. Si te imagino, me equivoco. Si comprendo, me engaño. Si soy consciente y estoy seguro de conocerte, estoy loco. La oscuridad es suficiente“.- Es sin duda una de las oraciones más puras y bellas de la llamada teología negativa. Esa dulce oscuridad de la pura fe me parece que llega al fondo de la teología cristiana. ¿Se puede pensar, se puede decir algo mejor?