La libertad agraciada

En la Iglesia occidental la densa doctrina de la gracia que Agustín, obispo de Hipona, defendió en sus últimos años (412-430) frente a pelagianos y semipelagianos -la primera herejía en Occidente- marcó toda la teologÍa occidental posterior. Agustín ve la gracia sobre todo como un adjutorium, como una ayuda en el alma humana. Y así separa la gracia de Dios mismo y la convierte en una realidad antropológica y psicológica, en una realidad interna del hombre. Además, contrapone esta gracia de Dios a la libertad de la creatura, defendiendo la eficacia y la operatividad exclusiva de la gracia en el acontecer salvífico. Gracia y libertad pasan a ser, pues, causas concurrentes y rivales. En la polémica con Pelagio y sus discípulos Celestio y Juan de  Eclano, Agustín, siguiendo de cerca a Pablo de Tarso, llegó a ciertos excesos de lenguaje: corrupción de la naturaleza humana por el pecado original, ruina del libre albedrío, “massa damnata”, predestinación…, que parecían poner en cuestión la libertad del hombre y que provocaron serias apologías de la libertad humana por parte de otros teólogos y monjes, mayormente de la Galia del Sur, y posteriormente dieron pie a ciertas doctrinas de Wiclef, Lutero, Calvino, Bayo, Jansenio… Un autor que conoció como pocos la obra agustinana, el historiador católico francés Henri Irenée Marrou, no tenía empacho en recordar que el santo obispo de Hipona fue durante nueve años maniqueo, como él mismo contó en sus Confesiones, en observar  que algo de eso le quedó después en las horas febriles de la controversia antipelagiana. Pero yo quiero ahora recordar, dentro de las muchas genialidades de teólogo y fislósofo africano, aquel sublime párrafo sobre la gracia y la libertad en su carta 194 a Sixto, 5, 19: Quo itaque auxilio et munere Dei non aufertur liberum arbitrium, sed liberatur, ut de  tenebroso lucidum, de pravo rectum, de languido sanum, de imprudente sit providum: (Y es que con el auxilio y regalo de Dios no se suprime el libre albedrío del hombre, sino que se libera, y de tenebroso llega a ser lúcido, de malo se hace recto, de lánguido se convierte en robusto, y de imprudente pasa a ser discreto).  Y continúa el santo: Tan generosa es la bondad de Dios para con todos los hombres, que lo que son regalos suyos devienen méritos nuestros, y por los dones que Él nos otorgó nos dará premios eternos.