La inocencia universal

 

               En la diaria batalla por alejar, negar o borrar la verdad se dicen a veces tales necedades que, llevadas al examen verificador de la máxima universal, resultan memorables y hasta divertidos despropósitos, dignos de comentario y de irrisión.

Se quejaba hace unas horas amargamente el vicepresidente Torra, con la relativa viceamargura del títere, de que, por subirse a un coche,  hayan sido condenados los Jordis a nueve meses de cárcel.

Entonces pensé yo en la injusticia secular a la que han sido condenadas tantas buenas personas, sobre todo en estos siglos de las luminarias y de los derechos del Hombre, orgullosos del sistema de una justicia universal aplicada en casi todo el mundo. Y me vinieron a las mientes los cientos de miles de personas condenadas a muchos meses de cárcel y hasta a la pena de muerte, total… por acercarse al cajero de un banco, entrar en una casa por un balcón o por el jardín, dar una vuelta a la manivela de un garrote vil, estrenar una espada, llevar un cuchillo o un machete en el bolsillo, probar una pistola o un fusil, dejar un bomba en una calle, subirse a un tanque o a un bombardero, leer un bando de guerra, escribir un telegrama, hablar por la radio, o presidir el desfile de un ejército.

¿Por qué llevarían, por ejemplo,  detenido al presidente Companys a un barco de guerra, el 7 de octubre de 1934, simplemente por haber lanzado un grito desde el balcón central de la Generalidad?  ¿Y por qué se enfadarían tanto los catalanes, cinco años después, solo por haber firmado el general Franco en un papel debajo del nombre del mismo Companys?

Y llegué a la conclusión de que, con la vicelógica del vicepresidente Torra, podríamos describir la inocencia universal de la historia de la humanidad, con la misma contundencia con que él intenta relatar la última historia del separatismo catalán.