Están con Dios

Noviembre ha sido durante mucho tiempo para la devoción popular el mes de los muertos, el mes de los difuntos, el mes de las ánimas. Hoy día, sin abandonar la piadosa tradición, la Iglesia acentúa más el tiempo sacro del Adviento, que comienza en los últimos días del mes, uniendo la esperanza en la Venida del Señor con el tradicional fervor por los seres queridos que nos dejaron y que están, según las fórmulas del cristianismo primitivo, en el Señor, en Dios, con Dios. Cuando al cardenal Ratzinger le preguntaron, hace unos años, dónde estaban los difuntos, contestó así: “Estan con Dios. Pienso que aqui debemos abandonar nuestras categorías de localización meramente materiales. Al igual que no podemos ubicar a Dios en un determinado techo de nubes, también el muerto mantiene otra relación con la materia. La relación de Dios con el espacio material es precisamente una relación de imperio total. (…) El muerto también participa en la otra referencia espacial de Dios, que me es imposible determinar según categorías geográficas.(…) A veces se puede ver a personas capaces de conmoverse internamente al meditar en la inmensidad del océano. Así podemos percibir algo de esa superioridad espacial, de ese otro nivel de espacialidad, de la cercanía espiritual concretamente. En cualquier caso, deberíamos desembarazarnos de la idea de que el fallecido tendría que ser fijable en un punto geográfico. En lugar de ello, sería preferible decirnos: “Está con Dios”, es decir, de una forma nueva en la realidad del universo, y, de ese modo, también cerca de mí”.