Ermitas y romerías

 

         Sin ermitas y santuarios (Ujué, Roncesvalles, El Puy, Codés…) no tendrían lugar las numerosas romerías navarras en los meses de abril, mayo y junio.

Si los eremitas o ermitaños cristianos (habitantes del desierto) son bien conocidos desde el siglo III en el Oriente cristiano, en Navarra debió de haber ermitaños en torno al monasterio de Leire en tiempos medievales. En el sigo XVII, Juan de Undiano, presbítero, ermitaño en Córdoba, y luego en Arleta y Obanos (donde murió, en 1633), fue el más activo de los conocidos y, además, activo reformador.

Las reglas y ordenanzas sirvieron a veces de poco. Hubo algunos ermitaños no muy ejemplares, ganapanes más que ascetas o místicos, santeros más que solitarios contemplativos.

Aunque la Desamortización, las guerras, el cambio de vida…, acabaron con casi todos los ermitaños y con muchas emitas, no hay apenas en Navarra localidad que no tenga la suya o las suyas. A las que hay que añadir pequeñas iglesias de lugares hoy despoblados y de viejos monasterios u hospitales, amén de algún que otro eremitorio. Muchas se  han restaurado, recrecido y hermoseado, por iniciativa de los pueblos, durante estos últimos años.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           La romería anual las revive y las remoza.

Pequeñas casi siempe, sencillas, posadas levemente sobre altozanos, cerros y montañas, son nidos de tradición, atalayas de silencios, pararrayos populares contra las desgracias colectivas, puntos geodésicos de reunión, de oración y de fiestas comunitarias. Algunas, más vecindonas, se esconden entre el poblado o en las cercanías llanas del mismo.

La rústica ermita de San Adrián en Ergoyena, cresta entre el creterío septentrional de la Sierra de Urbasa; la gótica y monumental de San Zoilo, en las afueras de Cáseda; la empinada de San Quirico, sobre el monte de su nombre, en Navascués, de legendaria narrativa  ermitaña, o Santa María de las Nieves, ermita y cofradía de reciente creación, en medio de la selva del Irati, son sólo cuatro muestras de ese múltiple palomar tradicional y religioso, que habita muchas cimas de la orografía espiritual navarra, agitadas en estas fechas de romerías, por rumores, músicas, risas, vuelos y revuelos.