Entre Nietzsche y el Crucificado

El 11 de noviembre de 1899 escribe el popular novelista asturiano Armando Palacio Valdés una carta a un primo suyo, publicada por la historiadora Guadalupe Gómez-Ferrer Morant. En ella le da cuenta don Armando de su segundo matrimonio en la iglesia de los Jérónimos  de Madrid, y sobre todo de la revolución de ideas y sentimientos -antes la llamaban conversión, dice con sorna- que se ha operado en él. Harto de ciencia y de filosofía, que no le daban ni felicidad, ni certidumbre ni sosiego, se ha convertido al cristianismo. No lo ha hecho ni por miedo, ni por dolor doméstico ni por quebranto de hacienda, sino de una manera espontánea y casi milagrosa. El último espolazo para meterme dentro del cristianismo -escribe el autor de La Hermana San Sulpicio- me lo dio Federico Nietzsche. Al leer aquello de “en adelante el aplastar al débil ya no será un pecado, sino un deber”,  mi corazón estalló de indignación, me postré delante del Crucificado y le besé lleno de amor los pies. Estoy satisfecho y tranquilo, y espero que Dios me dará la misma tranquilidad hasta la muerte.