El silencio que mutiló las voces del alba

Mi amigo Salvador Muerza, poeta navarro, ya clásico, me envía su poema, escrito en el solsticio de verano de este año, titulado Hablo de aquel silencio que mutiló las voces del alba. Lo transcribo desde el verso décimo:

A estas alturas del vivir sexagenario,
y con toda la fuerza y la dulzura
de los jóvenes brotes,
he aprendido que no vale indagar
el rastro de las gaviotas en el cielo.
Que sólo importa el aquí y el ahora
de las olas agitando los mástiles
y que se hace innecesario convocar la memoria
o las líneas oníricas de un  futuro nunca escrito.

¿Cómo no rebelarse contra el silencio cómplice
de las gargantas pasadas a cuchillo,
con las trepanaciones con clavos de óxido y azufre?
Pensar que fue tan fácil dejar el pecho
en la vía de un tren de mercancías
no deja de sacarme de quicio.

Por eso salgo al amanecer casi desnudo
a recibir la lluvia del rocío
y abrazar la hierba con mis labios.

Necesito llenarme la mochila de deseos,
de ganas de vivir a pulmón lleno.

No me perdonaría qjuedarme
como una cruz arrojada en un estercolero,
mirar el cielo como una amenaza o un desastre
que arrojara estiércol o bombas de racimo.

Necesito el aire libre como el colibrí las alas
latir a velocidades de vértigo.

Libre contra todo pronóstico,
libre y audaz,
desinhibido contra las lacras y las máscaras,
llorando de alegría por todos los caminos.