El mito federal

El partido federal español fue durante el siglo XIX un partido muy disperso y diverso, en buena parte radicado en Cataluña, muy irregular, desgarrado con frecuencia interiormente y mal avenido con los otros partidos. En su época de gloria, los nueve meses de la I República sellaron su descrédito. Sobrevivió malamente hasta la Segunda República, de nuevo fraccionado, y  su importancia política fue mínima. La Constitución de 1931 no fue federal, porque la inmensa mayoría de los republicanos no lo era, y menos que nadie Azaña, y el partido socialista tampoco. Se quedaron con la llamada República integral. El presidente catalán Companys, en aquella barrabasada criminal que fue el 6 de octubre, proclamó el Estat Català  dentro de la República Federal Española, que no existía. Y bastaron unas bombas que le envió su amigo el general gobernador de Barcelona para que toda aquella ficción, que dejó un montón de muertos y heridos, no durase más de unas horas.. En las Constituyentes de 1977-1978 tampoco la forma federal del Estado consiguió grandes entusiasmos. Ahora, Izquierda Unida se llama federal, sin que sepamos bien qué quiere decir con eso, y los socialistas catalanes (PSC-PSC.PSOE), sobre todo desde Maragall, se llaman estatutariamente, congresualmente, federales. ¿Federales de qué Federación? ¿De la suiza, de la mejicana, de la rusa…? Y todo lo quieren solucionar con esa palabra mágica de federalismo, por cierto un federalismo asimétrico, para que sepamos todavía menos qué quiere decirse con el latiguillo, que oculta, por ejemplo, la vergüenza de llamarse españoles o, al menos, constitucionalistas, de una Constitución que no es federal. De todos modos, el federalismo ha entrado en el diccionario de todo buen progresista que, por serlo, tiene que ser federal. Y así ayer mismo el excelente historiador que es Santos Juliá escribe en EP que en cuestiones de gastos funcionamos como como un Estado Federal; que si Cataluña recauda una parte sustencial de los impuestos que hoy ingresa el Estado, habríamos desembocado en un Estado federal por el tortuoso camino del Estado Autonómico. Para acabar contraponiendo a la independencia la permanencia en un Estado federal. Su colega Soledad Gallego-Díaz, en otro artículo muy atinado, llega a decir, como el summum del progreso político  frente a su opuesto regreso: como si no existieran españoles federales igual que existen españoles centralistas… Del federalismo se puede escribir y hablar ad nauseam. Del federalismo no original (Suiza, Alemania, USA…)  y reciente como es el belga, baste decir que su puesta en marcha ha durado cuarenta años ¡con el éxito que es conocido!  Y eso que son sólo tres Regiones y Comunidades. Porque el federalismo, aunque se piense muy otra cosa, es mucho más exigente, equitativo, igualitario,  y más centralizador y cooperativo que ese Estado de las Autonomías (con mayúscula: por Comunidades Aautónomas) que tenemos. Y todos los nacionalistas-autonomistas, nacionalistas-confederales, nacionalistas-soberanistas y nacionalistas-separatistas lo aborrecen mucho más que al sistema autonómico que gozamos hoy. El Convenio navarro y el Concierto vasco no son utillaje federal, sino más cercano a lo confederal, mantenido (Convenio) o creado (Concierto) en circunstancias históricas graves, que no son las de hoy en Cataluña.- Todo puede ser reconsiderado, es cierto. Pero flamear el estadarte del federalismo como si fuera panacea, remedio universal y clave de solución mágica es un error… de ignorantes, ingenuos o pillos redomados.