El mal en el mundo

Después de leer muchas páginas y de pensar mucho sobre asunto tan grave, una de las causas más frecuentes de increencia en el Dios cristiano, encuentro en el célebre e influyente filósofo y pedagogo norteamericano John Dewey (1859-1952) -especialmente en su libro A Common Faith, su credo ateísta- una curiosa y a la vez sencilla explicación, poco aprovechada, creo, por los teólogos cristianos. Para Dewey, el mal  sería absurdo, en la hipótesis absurda de  la existencia de Dios,  por  incompatible con un Ser personal, entendido como la suma de  todos los bienes ideales. Pero, una vez negada la existencia de ese Dios, el mal aparece como  inexistente, es decir, no es un mal. Las cosas son malas para nosotros, en cuanto que desearíamos que fuesen de otra manera, pero gracias a la  tensión que nace de esa insatisfacción, causada por el mal (el mal de las cosas), hay en el mundo vida, movimiento, acción y progreso. Un estado de cosas totalmente acabado y perfecto representaría la paralización y la muerte. La felicidad no puede ser un logro estable: es un proceso activo y consiste en el renacimiento y el progreso. A Dewey tal argumento le sirve, naturalmente, para  negar la existencia del Dios personal.  Todo ello está muy cercano a la idea marxista del mal y del bien, como aparece, v.g., en el libro de M. Verret, Les marxistes et la religión. Una muestra: El mal es tan natural, que no se puede concebir la naturaleza sin él. El mal es la negación, la contradicción, el desequilibrio y la falta de armonía… Pero el movimiento nace de la contradicción, y la contradicción de la negación, es decir, del mal.- Acaso una idea providencialista de Dios, y hasta mítica y mágica, que tiene poco en cuenta la vida y la muerte de Jesús de Nazaret, la Palabra de Dios, y la naturaleza finita y mortal del hombre, nos ha llevado demasiado lejos en la consideración del mal metasfísico y moral, que tantos quebraderos de cabeza ha dado y sigue dando a la reflexión humana y cristiana.