De pictura et pictoribus (y IV)

 *A San Jerónimo, uno de los santos preferidos por los pintores clásicos, suelen representarlo, en los siglos XVI y XVII, penitente y estudioso en el desierto, junto a una calavera y uno o varios leones en derredor, pero a menudo ricamente ataviado, hasta con capisayos cardenalicios. Toda una marca. Santo y Padre de la Iglesia, no lo imaginaban menos arropado.

 *Frente a otras obras suyas más convencionales, en el Busto del pintor Anselmo Guinea, de Nemesio Mogrovejo, un escultor bilbaíno muerto a los 35 años, hay esa energía vital, ese ímpetu transfigurador que sólo el buen arte llega a conseguir. Podemos ignorar, incluso, todo sobre Guinea -el paisano de Nemesio y autor de cuadros de realismo luminoso como Gente: Un puente en Roma o Recuerdos de Capri-, pero por esta escultura sabemos ya que es un creador, un artista, un hombre extraordinario de suyo.

 *En Concepto espacial: La espera, de Lucio Fontana, la doble línea oblicua y negra que rasga el espacio central tiene a los dos lados todo el inmenso ámbito blanco de la esperanza.

 *Pocas expresiones artísticas más veraces para significar la masa, en sentido orteguiano, que el cuadro La gran muchedumbre, de Antonio Saura: negra confusión, confusa negrura, con algún que otro, breve, espacio blanco.

 *Al Pájaro lunar, de Miró, escultura en mármol negro, que vuela en el jardín interior del Reina Sofía, le salen cuernos por todas partes: son los famosos cuernos de la luna.