Conservadoras

Resulta patético, frente a tanta promesa, propaganda, demagogia y falsedad de unos y otros, que tantas instituciones españolas aparezcan en su conducta de cada día como instituciones  fundamentalmente conservadoras, y no sólo de malos hábitos, ignorancias, inercias y sectarismos, entre pueriles y seniles, sino -lo que es más irrisorio- de todo aquello que recriminan y echan en cara a quienes tienen por enemigos o críticos más acerbos. Instituciones polìticas, como gobiernos, parlamentos y partidos; judiciales, como tribunales y consejos; económicas, financieras, académicas, univesitarias, periodísticas, eclesiales, educativas,  deportivas, sindicales… Conservadoras, porque huyen como de la peste de cualquier cambio  en su sistema corporativo de gobierno, que protege sobre todo sus intereses particulares y grupales (facciosos). Conservadoras, porque se creen justas y benéficas con el pobre pueblo, que las sostiene, las contempla y a veces las elogia, cuando buscan ante todo que ese pobre pueblo sea buen cliente, contribuyente o consumidor lo menos exigente posible. Conservadoras, porque son incapaces de cualquier autocrítica en sus filas, sus cuadros, sus estamentos, sus secciones, y defienden a capa y espada, y a veces con la espada debajo de la capa, sus privilegios, tradiciones y beneficios, que llaman siempre derechos, cuando no derechos adquiridos. En fin, conservadoras, porque intentan preservar a toda costa sus estructuras, es decir, su modo de ser y poseer, enemigas de toda crítica, hostiles a cualquier reserva, mental, verbal o factual, implacables incluso ante cualquier desatención o desafecto. Propia, plena, contundentemente conservadoras. Aunque se crean más modernas que la misma moda, y más progresistas que el mismísimo progreso.