Celebraciones

Estos días, en que la liturgia cristiana nos presenta los textos más bellos de la Biblia, escogidos sobre todo de los viejos profetas de Israel, vuelvo a reflexionar sobre el sentido de nuestras celebraciones eucarísticas. ¿Son de verdad celebraciones, desde el punto de vista de los fieles? Me temo que no. Suelen leer esos textos mujeres piadosas -una de las máximas concesiones a la mujer-, muchas veces sin vocalización, entonación ni sentido, y los fieles suelen responder con un Te alabamos, Señor, que dirían igual que si maloyeran un texto del Corán o de Séneca. Y luego, el formalismo rígido y rápido de la liturgia romana, hecha para otros tiempos, otras gentes. ¡Cuánto mejor fuera, pienso a veces, tal vez erróneamente, concentrar todos los esfuerzos de la comunidad cristiana, comenzando por sus responsables, en una verdadera celebración del domingo, día del Señor, reposada, jubilosa, abierta, comunicativa… y dejar para quienes, habituados, quieran cumplir (con el concilio de 1215), o tengan prisa, o  tengan la misa como un acto de devoción particular, varias celebraciones de la Palabra, con la comunión adjunta, durante la semana o en otras horas del domingo! ¿Extraño? ¿Qué más extraño que llamar diariamente celebración a algo que no lo es?