Catedral de Tarazona

 Junto a una necrópolis tardo-romana y a un baptisterio hispano-visigodo, en la zona donde tuvo su origen  la primitiva comunidad cristiana, zona de huertas de la población medieval, fuera del recinto amurallado, se levantó la primera catedral turasionense, tras su reconquista por Alfonso el Batallador el año 1119. A la primera catedral románia le sucedió la gótica, en 1235, dedicada a Santa Maria de la Huerta. Y desde entonces, todas las renovaciones y restauraciones -que no ha terminado aún- se han ido añadiendo a la creación artística primera, a la que han ido enriqueciendo, complejando, completando, a ritmo de los gustos y necesidades de los tiempos, y con los límtes impuestos por ellos. Maestros franceses trajeron las pinturas góticas de la bella y recoleta girola, abierta en su capilla mayor, y del altar principal. Las fábricas mudéjares, testimonio de la intensa presencia islámica en la ciudad aragonesa ,dejaron el inmenso claustro de las celosías de yeso, que mayores no hay, en una de cuyas crujías se ha instalado la pedagófica y detallada exposición de la catedral y de su restauración; nos dejaron, además, o sobre todo, la esbelta torre-alminar de ladrillo tostado, color tierra y color tiempo, junto al cimborrio prodigioso, esplendente de luz celeste, que nos evoca el Oriente y el Sur de Europa, entre ortodoxo, latino y musulmán. De la mano del maestro González vinieron las estéticas renacentistas, entre griegas y romanas, en capillas, altares, retablos y púlpitos, y especialmente buscaron  un  óptimo acomodo en el interior solemne del cimborrio, del que hicieron un museo “pagano”, único en Europa, de iconografías de grisalla, con héroes y heroínas, dioses y diosas, sibilas y profetas. El arte renacentista  policromó las vidrieras de  alabastro y creció hasta el romanismo robusto y creador del retablo mayor: la vida de Jesús, los patronos de la ciudad, los padres de la Iglesia latina… Y para que nada faltase, el barroco pudo encontrar aún acomodo en la puerta principal, que sigue restaurándose, y en las paredes receptivas del trascoro, de mano del paisano Vicente Berdusán. En las numerosas capillas, bien protegidas por cristales o por distancias, se esconden tesoros de pinturas góticas, renacentistas y barrocas, un microclima religioso en cada caso. Y, sobre la orfebrería de madera del coro, el órgano nos recuerda el más rico archivo musical de la época de los Reyes Católicos.-Pero todo esto es o puede ser una breve introducción o una síntesis de gozos de añadiduda. Porque una ermita, una capilla, una iglesia, y más una catedral, son sobre todo un espacio sacro, signo múltiple de la Ciudad celestial y de la Ciudad temporal que la aguarda: mansión  indigna del Envolvente del universo; acogida humilde del Transcendente en el mundo, adoración del Santo de los santos, Terrible a la vez y Fascinante. Y, si no es  sobre todo y principalmente esto, o algo de esto, será, en el mejor de los casos, un interesante museo, seguramente el mejor de la ciudad.