Bienaventurados los perseguidos.

 

              Es el otro lado, también oscuro, de la hedionda pedofilia. Todo un cardenal del Vaticano y arzobispo de Sydney, George Pell, pasó más de un año en la cárcel, tras dos juicios en su país, uno con jurado, acusado por un drogadicto, que cambió 24 veces su declaración. Hasta que le absolvió con todas la de la ley el Tribunal Supremo de Australia.  El profesor de historia de la universidad de Notre Dame (USA), Felipe Fernández Armesto, bajo el título de esta entrada, escribe: Admitimos por tanto la verdad improbable; que se le condenó no por criminal, sino por sacerdote y portavoz del catolicismo ante una sociedad permisiva, impía, irreligiosa y anticlerical.  (…) Pero a George Pell no se le condenó por sus defectos, que son los de todos, sino por sus virtudes, que son genuinamene excepcionales.

Una de las confesiones que más me han impresionado, en la entrevista que le hace Darío Menor en VN al que fue prefecto de la Secretaría para la Economía en el Vaticano, desde junio de 2017, al tratar de la campaña acusatoria que se le montó en Roma es esta: MI mayor error  fue subestimar las fuerzas de la oscuridad y su persistencia. Una de las mayores resistencias fue para evitar la entrada de auditores en la Secretaría de Estado. Explicaban su resistencia argumentando que esto era la Iglesia, no un negocio, y que el Vaticano es un Estado cuyos secretos no pueden darse a coocer a otras entidades. Y poco más adelante: Las verdaderas diferencias no eran entre anglos e italianos, antiguos o modernos, sino entre quienes querían la transparencia  y acabar con la incompetencia, la pérdida de dinero y la corrupción, y quienes deseaban que las cosas permanecieran como antes. Ese es el gran punto de división.