A la alcaldesa de Lizartza

Como otros muchos más, envié el otro día un mensaje de felicitación, gratitud y ánimo a la intrépida, casi temeraria, alcaldesa de LIzartza, Regina Otaola. Le dije que, dentro de su impar aventura de asumir una alcaldía tan inhóspita y difícil, ha hecho con la izada de la bandera española lo que no ha hecho ningún Gobierno español, de 1977 para acá, como era su deber. Y con muchos más medios de todo tipo que ella, y con muchos menos riesgos. Que ningún partido constitucional español, gobernante o no, ha entendido el valor primordial que tienen los símbolos en toda actividad pública, sobre todo en la política. Y que, por ignorancia, por incultura, por falta de sentido patriótico y de sentido común, y por sobra de vulgaridad, de mal gusto y sobre todo de miedo, hemos llegado a la penosa y ridícula situación que muchos lamentamos. Terminé deseándole que su ejemplo tenga más fuerza y autoridad entre los responsables de la Nación y entre los ciudadanos en general que las que han tenido las declaraciones y las leyes de los políticos y las sentencias de los tribunales, por altos y supremos que sean.