Archivo por meses: octubre 2006

Justos, comprensivos y patriotas

En una carta, fechada el domingo día 11, dirigida al presidente del Gobierno Provisional, los cardenales Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona, e Ilundain y Esteban, arzobispo de Sevilla, máximos dirigentes de la Iglesia española por voluntad de la Santa Sede en ese tiempo, tras felicitarle por su valiente discurso del día anterior, escribían, todavía esperanzados: “Quiera Dios, por intercesión de la Virgen del Pilar, que los elementos de la Camara y todos sus ilustres compañeros de Gabinete sean justos, comprensivos y patriotas, y lleguen al fin, siguiendo las sugestivas insinuaciones de su querido Presidente, a la fórmula anhelada de concordia que convierta la nueva Constitución en una obra verdaderamente pacificadora, amplia, generosa y sin excepciones injustas. De esta manera se corresponderá a la prudente y sacrificada actitud de los Prelados, y todos podremos juntamente colaborar al bien de nuestra querida España”.

¡A los comicios, a la lucha!¡

Amadeu Hurtado Miró, diputado catalán por la provincia de Barcelona, dentro de la Esquerra Republicana de Cataluña, acatólico, reputado jurista y político, amigo del cardenal de Tarragona, fue el primer gran orador del sábado día 10, que impresionó por su elevación y sensatez en la exigencia de una fórmula de concordia, expresión de criterio liberal, necesaria para el bien de la República y respetuosa para con la Iglesia. Abrió el camino para la otra gran peroración de la misma sesión, la del presidente del Gobierno Provisional, don Niceto Alcalá Zamora, el ex diputado liberal romanonista, ex ministro de la Corona y ahora símbolo bien visible de los republicanos conservadores. Tras explanar con su estilo barroco subido las seis mutilaciones patentes de los derechos constitucionales que, según él, aparecen en el artículo puesto a debate, el máximo buscador de la pacificación en todos esos meses y primer valedor de la Iglesia española que la desea, apura los últimos llamamientos a la cordura y anuncia, en otro caso, su decidida vocación de caudillo revisionista, que nunca llegará a ser: “Pero me volveré a la masa católica y le diré: Fuera de la República, no; fuera del Gobierno, según decidan; ¡ah!, pero fuera de la Constitución nos imponen que estemos. ¿Y qué remedio nos queda? (…) A la guerra civil, no; a los comicios, a la propaganda, a la lucha, a vencer con el auxilio de descreídos, de librepensadores, de herejes, de cuantos conserven sereno el espíritu de justicia y vean en la práctica los daños de una fórmula apasionada. (…) En bien de la Patria, en bien de la República, yo os pido la fórmula de la paz“. Grandes aplausos en diversos lados de la Cámara.

“Vamos a extirparlos…”

Los días 8 y 9, tras los discursos cimeros de Fernando de los Ríos y José María Gil Robles, hablaron varios diputados en pro y en contra del artículo en cuestión. Toda España era un clamor encontrado. Muchos hacían las últimas tentativas para llegar a algún consenso. El viernes día 9, resonante fue el discurso del ministro de Fomento, el jacobino y masón Álvaro de Albornoz, cabeza visible del partido radical-socialista, el más anticlerical y antieclesial de todos. No más abrazos de Vergara, no más pactos del Pardo, clamaba: “Si estos hombres creen que pueden hacer la guerra civil, que la hagan; eso es lo moral, eso es lo fecundo: el sello de nuestra Cconstitución y de nuestra República no puede ser otra cosa”.  El peligro supremo para él “está en defraudar, en decepcionar a la revolución“. Sin llegar a tanto, el masón radical gaditano, Santiago Rodríguez Piñero, si bien disconforme con la disolución de todas las órdenes,  es inmisericorde con la Compañía de Jesús, “que representa todos los sectarismos, todos los vilipendios de la libertad (…),  y es la negación de esa misma libertad. (…) Vamos a extirparlos a ellos, que extirpándolos, hacemos una labor útil y beneficiosa para la libertad y para la Iglesia”. 

Los heterodoxos españoles

Comenzó el jueves día 8 la que he llamado en otro lugar la semana trágica de la Iglesia en España. Intervino esa tarde en las Cortes el ministro de justicia, Fernando de los Ríos, a título individual y no como portavoz del PSOE, del que le separaban en este punto muchas leguas. Habló, el ministro, de cifras sobre el clero y el presupuesto. Repudió cualquier política persecutoria. Defendió y elogió a varias órdenes religiosas, como las Hermanas de la Caridad y los Hermanos de San Juan de Dios, aunque abogó por prohibir a otras cualquier actividad económica, comercial e industrial. Recordó cómo el canciller alemán Bismarck, que persiguió a católicos y socialistas a un tiempo, tuvo que acabar yendo a Canosa. Pero habló mucho más, entre grandes aplausos, el heterodoxo, el que abandonó la Iglesia a los 18 años, el lector de San Pablo y San Agustín, de Renan y de Tolstoi, el amigo de Unamuno, el sobrino de Francisco Giner de los Ríos, el institucionista y el masón: “Llegamos a esta hora, profunda para la historia española, nosotros los heterodoxos españoles, con el alma lacerada y llena de desgarrones y de cicatrices profundas, porque viene así desde las honduras del siglo XVI. Somos los hijos de los erasmitas, somos los hijos espirituales de aquéllos, cuya conciencia disidente, individual, fue estrangulada durante siglos. (…) Habéis velado a España, no se le ha dicho, se ha interpretado pérfidamene, el fondo de nuestras intenciones; no se le ha dicho que nosotros, a veces, no somos católicos, no porque no seamos religiosos, sino porque queremos serlo más“. El joven catedrático salmantino, José María Gil Robles, alma de Acción Popular, encuadrada ahora en la minoría agraria, le rebatió cifras y datos. Criticó severamente después el proyecto constitucional persecutorio, especialmente el artículo 24, que violaba derechos humanos y principios constitucionales. Defendió enérgicamente a las órdenes religiosas, entre abucheos e interrupciones. Y antes de terminar invocando, solemne y evangélico, la doctrina cristiana del amor y del perdón, recogiendo de su predecesor la evocación de Bismarck, afirmó tajante que lo que hicieron los católicos alemanes eso mismo harían los españoles:”Nosotros, contra todas las dificultades, seguiremos trabajando; a veces parecerá que la fatiga nos rinde, pero tendremos la obligación de seguir y seguiremos como aquellos remeros de Eneas que iban remando al compás de su `propia fatiga. Esto haremos nosotros por el ideal; esto hará la España católica, que en este momento está hablando por boca del más modesto diputado”.

¿Qué es el clericalismo?

El miércoles día 7, un numeroso grupo de mujeres repartían a la puerta de las Cortes una hoja inmpresa, en la que, tras referirse al millón y medio de firmas de las mujeres católicas españolas, “más o menos conscientes“, enviadas unos días antes a las Cortes pidiendo la retirada del proyecto cconstitucional, pedían a su vez una República totalmene laica, la expulsión de las órdenes religiosas de España y la devolución de sus bienes al pueblo. Firmaban: una mujer socialista, una radical socialista, una federal y una radical socialista revolucionaria. Ese mismo día, en el número 9 de Fray- Lazo, periódico anticlerical de sal gorda, dirigido por Augusto Vivero y editado en Valencia, se preguntaba: “¿Qué es el clericalismo?” Y se contestaba: “Una circunferencia, cuyos puntos se hallan en todas partes, y cuyo centro está en el bolsillo de la Santa Madre Iglesia”.

“Uno de los barullos más grandes…”

La tarde del día 6, martes, debatían las Cortes españolas el artículo 42 del proyecto constitucional que trataba de la propiedad, y decía, por ejemplo, que el Estado procedería “de un modo gradual a su socialización“. El gentil y moderado Julián  Besteiro, presidente de las Cortes y del PSOE, perorando esta vez como portavoz del partido, amenazaba con la insurrección si se cerraba la puerta a una vía pacífica y progresiva hacia la República social. Y nadie pareció inmutarse. Ese mismo día, entrevistado en El  Sol, diario fundado por Ortega, el católico liberal Ángel Ossorio y Gallardo, ex ministro maurista; presidente de la comisión jurídica asesora, creada por el ministro Fernando de los Ríos; decano del colegio de abogados de Madrid, y diputado independiente por la capital, se mostraba partidario de la separación de Iglesia y Estado para llegar después a un concordato; en cambio, si se aprobaba el dictamen que disolvía todas las órdenes religiosas y nacionalizaba sus bienes, junto con otras brutales agresiones a la Iglesia, “nos podemos despedir de la República“. -¿Y qué vendrá entonces?, le preguntó el periodista. -“Uno de los barullos más grandes que habrá á visto la historia“, respondió Ossorio. No debía de pensar eso el diputado radical-socialista por Madrid, Luis de Tapia, anticlerical furibundo, que cantaba así, esa misma fecha, en su sección coplera del diario laicista La Libertad:
 
    Distinguido jesuita,
¡a marcharse enseguidita!
 
Escurialense agustino,
¡hay que ponerse en camino!
 
Buen fraile de la Merced,
¡a ver si se marcha usted!
 
Blanco y puro dominico,
¡huye a mil lenguas y pico!
 
Y tú, buen fraile mostén,
¡que yo te vea en el tren!
 
(…)
 
¡Las Órdenes religiosas
tendrán que huír presurosas!
 
¡Porque la ley venidera
las pondrá tras la frontera!
 
…            Y en ese plan. 

Don Alejandro Lerroux

El día 5 volvía de la Sociedad de Naciones, en Ginebra, el ministro de Estado de la República Española, Alejandro Lerroux, el legendario republicano y anticlerical, fundador del viejo partido radical, y ya muy curado de sus excesos juveniles. Lo había llamado con urgencia el presidente del Gobierno Provisional, Alcalá Zamora, poque esperaban de él que serenara a su propio partido, abundante de masones, muy dividido ante la cuestión religiosa. Don Alejandro, masón durmiente, presumía en esos tiempos de hombre centrado y templado y predicaba siempre concordia y negociación. Entrevistado por los periodistas en Burgos y más tarde en Madrid, Lerroux, conforme naturalmente con la separación de Iglesia y Estado, se mostraba muy contrario a la expulsión y disolución de las órdenes religiosas y resumía así su pensamiento: “De modo, pues, que el criterio de la minoría radical es separación de la Iglesia y el Estado, asociaciones de derecho público para las Congregaciones religiosas, y absoluto control del Estado, con igualdad para todas las Asociaciones“. Dos días después, recalcaba todo esto ante el cardenal Vidal y Barraquer, que lo visitó en su despacho, y más tarde al mismo nuncio, prometiéndoles que seguiría “una política de concordato y conciliación“. Pero la mayoría de su caótico partido no estaba por esa labor; como el resto de la Alianza Republicana se dejó arrastrar por la virulencia antieclesial de socialistas y radical-socialistas, y se quedó en una via media, votando a favor del sectario dictamen de la comisión, que disolvía la compañía de Jesús, suprimía el presupuesto del clero y penalizaba gravemente a las órdenes religiosas. El lider carismático radical intentó zafarse del conflicto yéndose de nuevo a Ginebra -donde, según Azaña, hacía tanta falta como los perros en misa-, y la noche decisiva del día 13 se fue a la cama, sin haber abierto la boca en el Congreso durante toda la semana y sin estar presente en la votación decisiva. Don Alejandro, viejo zorro político, se reservaba para más altas y sustanciosas tareas y no quería consumirse tan pronto, apareciendo como el beato que no era.

Cristo y Barrabás

Dentro de breves días -Juan Banqueri, colaborador del diario católico La Independencia, de Almería, el domingo, día 4-, en el coliseo parlamentario, ante la soberanía del poder legislador, en un ambiente hostil y escandaloso, se va a producir con toda crudeza y desnudez la escena del Pretorio. De nuevo vamos a contemplar frente a frente, ante el jurado del pueblo, a Cristo y Barrabás. Y es el pueblo español, la España de Pelayo y de los Reyes Católicos, la que va a pronunciar su fallo. ¡Qué sarcasmo! ¡Qué mancha para nuestra historia!”

La expulsión sin atenuaciones

El día 3, el editorial del diario madrileño Crisol, dirigido por Félix Lorenzo, si bien abogaba por considerar a la Iglesia católica en España como corporación de derecho público, como en la Constitución de Weimar, con la facultad de levantar tributos públicos sobre los fieles, arremetía en cambio contra la Compañía de Jesús, pidiendo lisa y llanamente “la expulsión sin atenuaciones“, porque “es, por esencia, absorbente y filtrable; no reconoce límites a sus actividades, ni valen contra ella las mallas más espesas”. En otra sección del mismo diario se traía a cuento el artículo 2 de la Constitución noruega, que en aquellas fechas declaraba no tolerados a los jesuitas, y el artículo 51 de la suiza, que también por aquel entonces prohibía a los jesuitas actuar en la iglesia y en la escuela, prohibición que que podía extenderse por decreto federal a otras órdenes religiosas, “que sean peligrosas para el Estado o perturben la convivencia de las confesiones”. Al ilustrado diario, una reciente escisión de El Sol, le parecía esta fórmula “tan perfecta y adecuada“, que bien pudiera reproducirse en la próxima Constitución española, con sólo cambiar confesiones por conciencias. No andaban muy lejos de acertar. En el definitivo artículo 26, la primera base para la futura ley especial a la que habían de someterse las órdenes religiosas, rezaba: “Disolución de las que, por sus actividades, constituyan un peligro para la seguridad del Estado”.

El laicismo imperial

El Socialista, del día 2 de octubre, de ese mismo año, fiel a su larga trayectoria, y sin que le importase mucho la “actitud transaccional” del Vaticano, que había conseguido que el aguerrido cardenal Segura, arzobispo de Toledo, “renunciase” (hubiera tenido que renunciar) a su sede, proclamaba en su editorial: “El catolicismo español proviene de una concepción rudimentaria y primitiva del sentimiento religioso, invalidado en sus calidades espirituales por un oscuro fanatismo, sectario e intransigente, que resulta incompatible con los ideales demócratas que hoy privan“. Y aludiendo a las discusiones parlamentarias que se avecinaban sobre los artículos “religiosos” del proyecto constitucional, adelantaba la actitud de la minoría socialista: “Conscientes de la importancia suma, no vacilamos en expresar nuestra fe sincera en que España sabrá despojarse de una tradición negra y fanática para adoptar una vestidura demócrata y liberal, ya al uso en todos los pueblos cultos. El laicismo imperial e integral de Estado es una conquista precisa y primordial de la revolución española que no han de negar al pueblo sus mandatarios”.