Tras el Sínodo de la Amazonía (III)

 

         Tal vez la conclusión más llamativa del Sínodo, a juzgar por la prensa internacional, como era de esperar y de temer, ha sido la ordenación de hombres casados: “ordenar sacerdotes a hombres idóneos y reconocidos de la comunidad, que tengan un diaconado fecundo y reciban formación adecuada para el presbiterado, pudiendo tener familia legítimamente constituida y estable, para sostener la vida de la comunidasd cristiana mediante la predicación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos en las zonas más remotas de la región amazónica.

¡Pero si hasta Pedro tenía suegra!. Con esta expresión coloquial, uno de los dos secretarios del Sínodo, el obispo de Puerto Maldonado (Perú), el alavés David Martínez de Aguirre, en una conferencia en Madrid, tras aterrizar de Roma, quiso restar importancia a una de las cuestiones más candentes del Sínodo, y objeto de una fuerte oposición en los ambientes más tradicionales de la Iglesia. Nadie, según Aguirre, pidió al papa la abolición del celibato, reconocido en todas las intervenciones sinodales como un don. Pero el secretario del Sínodo recordó que en la Amazonía tienen vicariatos, como el suyo, con una extensión similar a media España, en la que sólo hay siete sacerdotes, lo que llevó a desarrollar el diaconado permanente con el fin de atender a las comunidades, muchas de las cuales pueden celebrar la eucaristía una vez al año: Tenemos que repensar nuestra Iglesia -concluyó el obispo alavés- y nuestras estructuras eclesiales.

Muchos añadirán, con toda lógica, que también hay que repensar la teología y el derecho canónico. Y otros, desde Europa y desde otras partes del mundo, compararán pronto su situación eclesial con la situación de la Amazonía.