Soneto último de Viernes Santo

 

Mientras  callas, subido en el tormento
de la cruz, y colgado de dos clavos,
castigo de malditos y de esclavos,
reducido a guiñapo y a esperpento,

con todas mis potencias pienso y siento,
Hijo de Dios, y, a la vez, del Hombre,
que no hay nada ni nadie que me asombre
como tu amor hasta el desbordamiento.

Te digo, sí, lo mucho que te quiero,
porque Tú me has querido previamente,
y lo mucho que de ese amor espero.

En medio de mi polvo y de mi lodo,
 Tú  eres para mí, Jesús muriente,
mi amor, mi vida, mi razón, mi todo.